Reconexión financiera
Leemos: Las negociaciones entre los holdouts y el Gobierno, mediadas por un grupo de bancos tenedores de parte de los títulos que no fueron objeto de canje, han traído euforia a los “inversores” de los mercados financieros locales. También han dividido aguas entre economistas no ortodoxos. Hay quienes recelan de cualquier aproximación a los “mercados” por el recuerdo que traen episodios pasados: si no hay necesidades inminentes, no hay razones para avanzar de vuelta por este camino. Pero hay también los que opinan que esta cuestión deberá zanjarse en algún momento. El gobierno argentino no puede permanecer indefinidamente en la posición del incumplidor porque esto acarrea dificultades en un futuro no tan inmediato. Por ejemplo, cuando sea el momento de renovar vencimientos de capital más voluminosos.
En relación con la oportunidad, en realidad el argumento de que no hay apuros es precisamente una invitación a abrir la negociación porque en este caso hay tiempo, y esto fortalece la posición del país. Lo que no debe repetirse es la experiencia de “negociar” cuando el Banco Central está vacío de reservas, como fue por ejemplo durante la crisis de 1989 porque en esa instancia no hay negociación, sino imposición. A esto se conjuga una situación financiera internacional de descalabro donde las enormes inyecciones de liquidez para salvar a la banca de los países centrales llevan la tasa de interés al subsuelo. Esto abre la posibilidad de financiamiento a bajo costo.
La cuestión entonces es cómo diferenciamos este razonamiento del que brota de la ortodoxia financista, que una vez más ve la “oportunidad” para que nos presten y reiniciar así un ciclo de endeudamiento. Cómo diferenciar una negociación madura y con tiempos en relación con la prédica de esta suerte de eternos adictos-comisionistas de las finanzas internacionales.
Esto no es tan difícil si hay convicción gubernamental. Por un lado, el “qué”: las decisiones deben ser claras. Regularizar deuda, refinanciar lo que corresponda (como es el caso del Club de París), pero no incrementar el endeudamiento externo. Además, el “cómo”: es imperativo por parte de los voceros gubernamentales evitar cualquier retórica que aluda a la “reinserción” en el mundo, como si nuestro único contacto con el exterior fuera el financiamiento y como si la Argentina dependiera crucialmente del ahorro externo para poder crecer. Esto es, no atizar con discursos la euforia de los “mercados” a fin de obtener algún provecho de corto plazo, lo que a la larga erosiona las mejores convicciones. Si los actores del Gobierno tienen en claro el camino y sus riesgos, esta negociación procederá por las vías correctas (e incluso la del Club de París). Como nunca antes, porque ahora tenemos tiempo, de ellos depende.
En relación con la oportunidad, en realidad el argumento de que no hay apuros es precisamente una invitación a abrir la negociación porque en este caso hay tiempo, y esto fortalece la posición del país. Lo que no debe repetirse es la experiencia de “negociar” cuando el Banco Central está vacío de reservas, como fue por ejemplo durante la crisis de 1989 porque en esa instancia no hay negociación, sino imposición. A esto se conjuga una situación financiera internacional de descalabro donde las enormes inyecciones de liquidez para salvar a la banca de los países centrales llevan la tasa de interés al subsuelo. Esto abre la posibilidad de financiamiento a bajo costo.
La cuestión entonces es cómo diferenciamos este razonamiento del que brota de la ortodoxia financista, que una vez más ve la “oportunidad” para que nos presten y reiniciar así un ciclo de endeudamiento. Cómo diferenciar una negociación madura y con tiempos en relación con la prédica de esta suerte de eternos adictos-comisionistas de las finanzas internacionales.
Esto no es tan difícil si hay convicción gubernamental. Por un lado, el “qué”: las decisiones deben ser claras. Regularizar deuda, refinanciar lo que corresponda (como es el caso del Club de París), pero no incrementar el endeudamiento externo. Además, el “cómo”: es imperativo por parte de los voceros gubernamentales evitar cualquier retórica que aluda a la “reinserción” en el mundo, como si nuestro único contacto con el exterior fuera el financiamiento y como si la Argentina dependiera crucialmente del ahorro externo para poder crecer. Esto es, no atizar con discursos la euforia de los “mercados” a fin de obtener algún provecho de corto plazo, lo que a la larga erosiona las mejores convicciones. Si los actores del Gobierno tienen en claro el camino y sus riesgos, esta negociación procederá por las vías correctas (e incluso la del Club de París). Como nunca antes, porque ahora tenemos tiempo, de ellos depende.
Nos vemos
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