Discurso de derecha y batalla cultural
“El sistema de partidos políticos argentinos es una mierda. Nunca existió. El peronismo, ¿hasta dónde fue un partido político? El peronismo fue una aberración, una vergüenza. ¿Qué es lo que quiere el peronismo? La Argentina es un país que no se puede liberar de la influencia de un boludo, como fue Perón, un ignorante, un neofascista.” El autor de esta incandescente parrafada es un conocido bocón: Jorge Schaulsohn, un político chileno que se jacta de decir lo que los demás callan, y que él proclama en el libro de Pablo Rosendo González La Argentina fuera de sí.
En el 2004 estuvo a punto de ganar la alcaldía de Santiago, como candidato de la Concertación; antes había sido presidente de la Cámara de Diputados, pero sus “desafortunados” movimientos financieros –mal vistos desde la perspectiva del Código Penal– lo pusieron en la antesala de la cárcel. Entonces, este lobbista de la derecha parlamentaria tuvo que abandonar su modesto lugar junto a Sebastián Piñera –presidente electo de Chile– por sus crecientes dificultades judiciales.
Citarlo tiene un solo objeto: desnudar lo que piensa la derecha sudamericana –y no sólo ella, claro–, y de la enorme liviandad con que organiza su discurso público. Solamente un patético señor puede creer que la historia gira en torno de un “boludo”, y sólo quien carece de todo sentido de las proporciones se jacta por decir lo que la vergüenza les evita verbalizar a los de su mismo palo. Una pregunta campea: ¿sólo la derecha sudamericana tiene tan bajo nivel?
Sarah Palin, la candidata republicana a la vicepresidencia de los Estados Unidos, aúna la misma liviandad política con idéntica matriz ideológica; esto es, no se avergüenza de nada; y esto es lo destacable, sus sucesivas boutades –es un modo elegante de contarlo– no hacen que su lugar en la consideración popular decaiga. Ése es el verdadero asunto.
Hombres y mujeres particularmente mediocres, sin la menor preparación intelectual y política, que a gatas pueden leer un texto en voz alta, que no tienen la menor idea sobre el funcionamiento estructural de nada, son vistos por sus conciudadanos como referentes insoslayables. Y otro tanto sucede en la culta Europa.
Nicolas Sarkozy, antes de ser presidente francés, estuvo a cargo del Ministerio de Interior; corrían los días en que los jóvenes parisinos de los barrios periféricos quemaban autos para llamar la atención sobre las terribles condiciones de su existencia. Sarkozy no sólo no se propuso entender qué pasaba, sino que insultó –con las peores excrecencias racistas– a los movilizados. El ideario de la derecha clásica –sexista, antisemita, homófobo, contrario al estado de bienestar, antiobrero y discriminador– brotó de sus labios sin mayores dificultades. Como es Francia tuvo que pedir disculpas. Una formalidad, por cierto, pero no una cuestión menor. Claro que ese punto de vista le aseguró la victoria contra la candidata socialista en las últimas elecciones presidenciales.
Cuando Juan habla de Pedro sobre todo nos cuenta de Juan, explicó hace ya muchos años el doctor Freud. En este caso, Sarkozy mostró el puente que conecta desde el affaire Dreyfus –celebre caso de antisemitismo militar de los servicios secretos que encubrió la traición, de parte del Estado Mayor, a fines del siglo XIX– hasta el colonialismo en Argelia; sin olvidar, por cierto, el colaboracionismo con Hitler del gobierno del mariscal Petain. Toda la historia brota de sus palabras, un continuo que abreva del lodazal sanguinolento del patriotismo imperialista.
¿Y por casa como andamos? En el texto más famoso del siglo XIX, el Martín Fierro, la escena de mayor intensidad dramática –la pelea entre Fierro y el indio que acaba de atar a la cautiva, con las tripitas de su bebe– deja en claro que el único indio bueno es el indio muerto. Unos cuantos años antes de la denominada “Campaña del Desierto”, las valoraciones colectivas que la hicieron posible –valoraciones discursivas, por cierto– ganaron la cabeza de los argentinos. Y un libro que no dio en vida prestigio intelectual a su autor –José Hernández era considerado un escritor sin mayores valores estéticos, y su texto, un libro populachero que gustaba a los peones pata al piso– en boca de Leopoldo Lugones se transformó en oda nacional. Es decir, fue levantado contra los obreros inmigrantes –socialistas, anarquistas, fundadores de sindicatos– recordándoles que si el gaucho sintetizaba el ser nacional, y los gauchos fueron exterminados, ellos no correrían mejor suerte si se les ocurría retobarse.
La Semana Trágica, con pogrom en el Once y todo –enero del ’19– y la masacre de peones chilenos en la Patagonia por parte del Ejército (1921) mostraron a las claras cómo era la cosa. La “paz social” reinó hasta octubre de 1945, y ésa es la idea que todavía proclaman y practican los conservadores del mundo.
Lo demás es sabido, el derrocamiento del gobierno constitucional de Perón, septiembre del ’55, y la dictadura burguesa terrorista unificada de 1976. Con la recuperación del gobierno parlamentario, la posibilidad de establecer la verdad de lo ocurrido se volvió teóricamente posible. La crisis del 2001 destruyó el orden existente, sin fundar uno nuevo, pero a las palabras no se las lleva el viento. Las volvimos a escuchar en los juicios al comisario Etchecolatz y el curita Von Wernich, y retumban en las valoraciones que leemos en los comentarios que los lectores escriben en las páginas interactivas de los diarios. Con un añadido: no se quedan en tan módico lugar, ascienden hasta el discurso político público.
No nos equivoquemos, nadie puede escribir como si nada “es un judío de mierda” sin pagar los costos; pero sostener que el general Perón es un “boludo” y que la compacta mayoría se referencia en él, equivale a denostarla sin el menor equívoco. Si leemos con un mínimo de atención ése es el tono y el fondo del discurso político en boga. De nosotros depende que deje de serlo penalizándolo políticamente.
Nos vemos,
Sobre textos de Alejandro Horowicz
En el 2004 estuvo a punto de ganar la alcaldía de Santiago, como candidato de la Concertación; antes había sido presidente de la Cámara de Diputados, pero sus “desafortunados” movimientos financieros –mal vistos desde la perspectiva del Código Penal– lo pusieron en la antesala de la cárcel. Entonces, este lobbista de la derecha parlamentaria tuvo que abandonar su modesto lugar junto a Sebastián Piñera –presidente electo de Chile– por sus crecientes dificultades judiciales.
Citarlo tiene un solo objeto: desnudar lo que piensa la derecha sudamericana –y no sólo ella, claro–, y de la enorme liviandad con que organiza su discurso público. Solamente un patético señor puede creer que la historia gira en torno de un “boludo”, y sólo quien carece de todo sentido de las proporciones se jacta por decir lo que la vergüenza les evita verbalizar a los de su mismo palo. Una pregunta campea: ¿sólo la derecha sudamericana tiene tan bajo nivel?
Sarah Palin, la candidata republicana a la vicepresidencia de los Estados Unidos, aúna la misma liviandad política con idéntica matriz ideológica; esto es, no se avergüenza de nada; y esto es lo destacable, sus sucesivas boutades –es un modo elegante de contarlo– no hacen que su lugar en la consideración popular decaiga. Ése es el verdadero asunto.
Hombres y mujeres particularmente mediocres, sin la menor preparación intelectual y política, que a gatas pueden leer un texto en voz alta, que no tienen la menor idea sobre el funcionamiento estructural de nada, son vistos por sus conciudadanos como referentes insoslayables. Y otro tanto sucede en la culta Europa.
Nicolas Sarkozy, antes de ser presidente francés, estuvo a cargo del Ministerio de Interior; corrían los días en que los jóvenes parisinos de los barrios periféricos quemaban autos para llamar la atención sobre las terribles condiciones de su existencia. Sarkozy no sólo no se propuso entender qué pasaba, sino que insultó –con las peores excrecencias racistas– a los movilizados. El ideario de la derecha clásica –sexista, antisemita, homófobo, contrario al estado de bienestar, antiobrero y discriminador– brotó de sus labios sin mayores dificultades. Como es Francia tuvo que pedir disculpas. Una formalidad, por cierto, pero no una cuestión menor. Claro que ese punto de vista le aseguró la victoria contra la candidata socialista en las últimas elecciones presidenciales.
Cuando Juan habla de Pedro sobre todo nos cuenta de Juan, explicó hace ya muchos años el doctor Freud. En este caso, Sarkozy mostró el puente que conecta desde el affaire Dreyfus –celebre caso de antisemitismo militar de los servicios secretos que encubrió la traición, de parte del Estado Mayor, a fines del siglo XIX– hasta el colonialismo en Argelia; sin olvidar, por cierto, el colaboracionismo con Hitler del gobierno del mariscal Petain. Toda la historia brota de sus palabras, un continuo que abreva del lodazal sanguinolento del patriotismo imperialista.
¿Y por casa como andamos? En el texto más famoso del siglo XIX, el Martín Fierro, la escena de mayor intensidad dramática –la pelea entre Fierro y el indio que acaba de atar a la cautiva, con las tripitas de su bebe– deja en claro que el único indio bueno es el indio muerto. Unos cuantos años antes de la denominada “Campaña del Desierto”, las valoraciones colectivas que la hicieron posible –valoraciones discursivas, por cierto– ganaron la cabeza de los argentinos. Y un libro que no dio en vida prestigio intelectual a su autor –José Hernández era considerado un escritor sin mayores valores estéticos, y su texto, un libro populachero que gustaba a los peones pata al piso– en boca de Leopoldo Lugones se transformó en oda nacional. Es decir, fue levantado contra los obreros inmigrantes –socialistas, anarquistas, fundadores de sindicatos– recordándoles que si el gaucho sintetizaba el ser nacional, y los gauchos fueron exterminados, ellos no correrían mejor suerte si se les ocurría retobarse.
La Semana Trágica, con pogrom en el Once y todo –enero del ’19– y la masacre de peones chilenos en la Patagonia por parte del Ejército (1921) mostraron a las claras cómo era la cosa. La “paz social” reinó hasta octubre de 1945, y ésa es la idea que todavía proclaman y practican los conservadores del mundo.
Lo demás es sabido, el derrocamiento del gobierno constitucional de Perón, septiembre del ’55, y la dictadura burguesa terrorista unificada de 1976. Con la recuperación del gobierno parlamentario, la posibilidad de establecer la verdad de lo ocurrido se volvió teóricamente posible. La crisis del 2001 destruyó el orden existente, sin fundar uno nuevo, pero a las palabras no se las lleva el viento. Las volvimos a escuchar en los juicios al comisario Etchecolatz y el curita Von Wernich, y retumban en las valoraciones que leemos en los comentarios que los lectores escriben en las páginas interactivas de los diarios. Con un añadido: no se quedan en tan módico lugar, ascienden hasta el discurso político público.
No nos equivoquemos, nadie puede escribir como si nada “es un judío de mierda” sin pagar los costos; pero sostener que el general Perón es un “boludo” y que la compacta mayoría se referencia en él, equivale a denostarla sin el menor equívoco. Si leemos con un mínimo de atención ése es el tono y el fondo del discurso político en boga. De nosotros depende que deje de serlo penalizándolo políticamente.
Nos vemos,
Sobre textos de Alejandro Horowicz
Comentarios
Segundo, el insulto no sólo a la idea si no tambén a sus seguidores.
Entonces me pregunto, ¿no son un insulto de por sí esos cuatro qeu nombré?
Raúl Lasa
http://www.agenciacta.org.ar/article3091.html
Saludos