Para que lea la reina, de Inglaterra, claro


El tradicional diario inglés The Times, que habitualmente lee la reina Isabel II, publicó en una página entera la columna de opinión de Timerman titulada "El Reino Unido tiene que dialogar ahora para acabar con esta resaca imperial del siglo XIX", junto a la del periodista británico Simón Winchester

Fechado el sábado 14 de enero de 2012, en el diario londinese The Times, el artículo de opinión del canciller dice lo siguiente:

El título de la columna es: El Reino Unido tiene que dialogar ahora para acabar con esta resaca imperial del siglo XIX
En 1833 una corbeta de la Marina Real arrebató por la fuerza las Islas Malvinas a la Argentina, en tiempo de paz, sin que mediara comunicación previa alguna. Desde entonces, la Argentina y el Reino Unido mantienen una disputa sobre estas islas ubicadas frente a las costas argentinas y a 14 mil kilómetros de Londres.

En 1965 las Naciones Unidas, a través de la Resolución 2065 (XX) definió la pretensión británica como una forma de colonialismo y reconoció la existencia entre ambos países de una disputa de soberanía e instó a ambos gobiernos a resolverla a través de negociaciones.

Al año siguiente de la adopción de la referida resolución se inició un proceso de negociación sobre la soberanía de las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sándwich del Sur entre la Argentina y el Reino Unido, que se extendió a lo largo de la década del 70 e inicios del 80, cuando se manejaron diversas fórmulas de traspaso de la soberanía a la Argentina, algunas de ellas plasmadas en un memorándum de entendimiento.

El mandato de la ONU, refrendado por nueve resoluciones subsiguientes de la Asamblea General y renovado anualmente hasta la fecha, por el Comité Especial de Descolonización, sigue vigente y aún no ha sido cumplimentado por decisión unilateral del Reino Unido. 

Tanto la Argentina como el Reino Unido son democracias y la calidad de las mismas se mide, en nuestros tiempos, por su capacidad de diálogo y negociación para resolver disputas. Ese deseo de democracias más abiertas inspiró a miles de jóvenes en las manifestaciones que poblaron las calles de Europa en 2010.  

Hoy ya no hay espacio para la negativa al diálogo.

Mi país se ha comprometido a alcanzar una solución pacífica de la controversia respetando el modo de vida de los isleños, compromiso que ha sido plasmado en nuestra Constitución Nacional.

A esta obligación democrática se suma la de contribuir con uno de los principales objetivos de las Naciones Unidas, finalizar con el colonialismo. Hay que recalcar que de los 16 conflictos coloniales y de soberanía registrados en las Naciones Unidas diez tienen a Gran Bretaña como el poder colonial.

Es imperante que el Reino Unido desista de acciones –tales como los inexplicables ejercicios militares y la explotación de recursos naturales que violan resoluciones de Naciones Unidas- que agravan la situación en las Islas Malvinas.

Esta preocupación por la falta de resolución de la Cuestión Malvinas es compartida por una vasta mayoría de la comunidad internacional. En particular, nuestros dos países han sido instados a reiniciar las negociaciones por los organismos regionales más importantes -  MERCOSUR, la Unión de Naciones Suramericanas, la Comunidad de Países Latinoamericanos y Caribeños, así como la Organización de Estados Americanos.

En el escenario global tanto la Argentina como el Reino Unido bregan por el diálogo y el respeto del derecho internacional como principio de solución de controversias alrededor del mundo.

¿Por qué entonces este principio no es aplicado por el Reino Unido a la Cuestión Malvinas?

Los desafíos que nos impone el siglo XXI al Reino Unido y a la Argentina exigen a ambas naciones la resolución de un conflicto colonial del siglo XIX. La Argentina está decidida a resolverlo mediante el diálogo. Sólo el Reino Unido falta en la mesa de negociaciones.

Héctor Timerman, canciller de la República Argentina
Al mismo tiempo, apareció también  un artículo de opinión del periodista británico Simon Winchester, titulado "Al problema de Malvinas, una solución civilizada", con una bajada que dice: "Debemos repetir el éxito del traspaso de Hong Kong y prepararnos para darles las islas a la Argentina".

Su traducción es la siguiente:
El problema de Malvinas, uno de los dos problemas contenciosos de la era poscolonial que aún posee Gran Bretaña, el otro es Gibraltar, se está recalentando nuevamente y de manera ominosa. Los Embajadores son convocados, se realizan declaraciones a las asambleas nacionales,  se realizan discursos belicosos, viejos planes de invasión se rescatan y reacciones navales defensivas de largo alcance son reconsideradas; y todo ello teñido de exasperación y lamentos acerca de “Como es que todo esto surge nuevamente?”

El petróleo, es una respuesta, la pesca,  otra, envuelto todo por un orgullo nacional tanto en Londres como en Buenos Aires.

Principios largamente honrados, como el de la autodeterminación  de los isleños, son cuestionados.  Las costumbres largamente reverenciadas (scones a la hora del te, conducir del lado izquierdo, la extracción de algas y hablar inglés) están en juego.

Si la situación escala, podríamos volver a escuchar conversaciones sobre el año 1982. Lo que en la actualidad es un problema se puede convertir en una crisis. Luego de un intervalo de 30 años, se piensa que pueden reflotarse situaciones no deseadas y que sangre valiosa sea derramada una vez más, a fin de lidiar con un problema que Jorge Luis Borges describió al momento del último conflicto entre el Reino Unido y la Argentina, como “dos calvos peleando por un peine”.

El tenía razón en ese momento, y sería correcto si alguien lo dijera ahora. Otra guerra no tendría sentido.  Y si los británicos se molestaran en participar en una nueva guerra, con sus fuerzas disminuidas, muy probablemente la perderían. Estas son realidades que deben ser consideradas por el gobierno inglés.  Las mismas realidades que se analizan en los rincones del Departamento de Estado, por un gobierno estadounidense que ha indicado que muy probablemente no nos ayude, ya sea de manera abierta o confidencial, por lo que seríamos muy tontos y cortos de vista en intentar resolver el problema nuevamente por el uso de las armas.

Por el contrario, este es un problema que debe ser resuelto por la diplomacia y el sentido común. Podría y debería ser resuelto –al menos porque resulta bastante absurdo que nuestra relación con uno de los países mas importantes de América Latina se enrarezca por un problema menor. Hay dos precedentes que pueden servirnos de guía, y uno de ellos involucra una nación que la mayoría de los británicos han considerado tan poco confiable como hemos considerado a la Argentina.

Este precedente involucra a China. Este es un país con un record en derechos humanos  de una magnitud mucho más grave que la de la Argentina, y sin embargo, los británicos han confiado implícitamente desde el año 1997 en que los chinos se ocuparían y harían felices a los 6 millones de ex ciudadanos británicos en nuestra colonia de Hong Kong. La garantía que le exigimos a China (la exigencia es la visión habitual del gobierno británico) era que, durante 50 años, a partir del traspaso el 30 de junio de 1997, el modo de vida de los habitantes (te oolong en el salón Clipper, revistas pornográficas,  agencias de autos Rolls Royce en cada esquina, zapatos blancos en el Club de Diversión de Damas y una paga fija para las mucamas flipinas) sea preservada.

La soberanía china sobre el territorio fue rápidamente garantizada (no hubo ningún cuestionamiento al respecto, desde que China poseía la provisión de agua y que su ejército era 10 veces más grande que el nuestro) y el modo de vida colonial pudo ser preservado.  Y debe ser reconocido que, a pesar de los fusilamientos de prisioneros, el encarcelamiento de Ai Weiwei  y la prohibición de la utilización de Facebook y Twitter al pueblo chino, China mantuvo de alguna manera, la promesa que nos hizo respecto a Hong Kong. Un país, dos sistemas: esta idea resonante y radical progresó a fines de los 80s y ha sido eficaz y ha funcionado perfectamente desde entonces.

El precedente número 2  es, sin embargo, el mas interesante y posiblemente, el más relevante. Involucra a un archipiélago aislado en el extremo norte del Mar Báltico, las Islas Aland. Están situadas en el medio exacto entre Finlandia y Suecia; gracias a la excesiva complejidad de los dramas geopolíticos del Báltico (que involucran a la hegemonía rusa y las guerras con Francia), dicho territorio fue colonizado por los suecos luego de la Primera  Guerra Mundial, aunque fue también reclamado por Finlandia, lo que produjo una crisis con Suecia en el año 1921.

La Liga de las Naciones fue llevada a su primer y único arbitraje, causando en el mundo fascinación y una inmensa conmoción. El mismo Japón se involucró, argumentando a favor de Finlandia (con el objetivo de asegurarse el apoyo finlandés para su propio reclamo sobre varias islas reclamadas a su vez por Corea), basándose en la conexión geológica de las islas Aland con Finlandia , siendo que el archipiélago se encuentra separado de Suecia por una profunda  fosa marina, por lo que debía ser considerado finlandés.

La Liga de las Naciones votó a favor de Finlandia. Se acordó que la bandera finlandesa flameara en la capital de las islas, pero las costumbre y leyes suecas (incluyendo el lenguaje del gobierno y la educación a los niños) se aplicaría a la población de las islas. Los suecos fueron reacios al principio a perder la soberanía, pero luego de 90 años, la isla ha prosperado y la crisis ha sido largamente olvidada.

Sospecho  que la actual crisis de Malvinas del 2012 puede ser olvidada si un arreglo similar puede ser rápidamente logrado entre Londres y Buenos Aires. No habría necesidad de un arbitraje de Naciones Unidas o de alguien más, El Reino Unido y Argentina podría lograr un acuerdo entre ellos, si se comportaran de manera madura y con buena fe.

En esencia el acuerdo sería similar al del Báltico, con un pequeño toque del acuerdo de 1997 para Hong Kong. La soberanía de las Islas Malvinas debería ser dada a la Argentina. A cambio, ellos deberían dar la firme, inequívoca e internacionalmente garantizada certeza de que el modo de vida de los británicos sería preservado en las islas, digamos, por el próximo siglo. 

Los nombres locales, como Port Stanley, Goose Green , podrían permanecer, aunque el Reino Unido debería permitir que las islas sean llamadas Las Malvinas (lo que en todo caso es un nombre que proviene del colonialismo francés, los originales ocupantes de la isla provenían de las isla Saint Malo).

Y con relación al petróleo y la pesca, los asuntos que realmente preocupan a las tres partes, se podría aceptar un acuerdo negociado. Quizás  Londres, Buenos Aires y Port Stanley podrían recibir un tercio cada uno de los recursos obtenidos, con las proporciones variando a medida que transcurrieran los años.

El diablo mete la cola en los detalles financieros y las conversaciones podrían llevar años. Pero el diálogo es un gran recurso, mucho mejor que el conflicto.  En la medida que el principio básico -soberanía argentina de las islas a cambio de garantías, de modo tal que la bandera azul argentina flamee en la casa de gobierno de Puerto Stanley a cambio de permitir que el taxi isleño continúe conduciendo en la calle Thatcher por la mano izquierda-  pueda ser acordado desde el comienzo, el sentido común regresará al Atlántico Sur, y el temor a que esta situación bizarra e innecesaria salga otra vez de control sea evitado de una vez más y para siempre.

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