Menem, Kirchner y Cristina
Hay que ser ingenuo para creer que la muerte de Néstor Kirchner nada cambia en la política argentina. Un hombre como él no se repite con frecuencia en nuestra historia. Hace tiempo que no teníamos líderes políticos de su magnitud. No cualquiera domina el panorama político de un país ingobernable. ¿O acaso no era el fantasma de la ingobernabilidad el que definía los destinos de nuestra nación a partir del año 2001? ¿Olvidamos que el mote de ingobernabilidad surge de las cenizas de La Tablada y de la hiperinflación de los finales de los años 80? ¿Por qué no seguimos un poco más con esta variante tan nuestra de la ingobernabilidad y nos remontamos a los 70, en los que la sangre y el fuego signaron la década?
Este es el momento de Cristina Fernández. Hasta que su jefe y marido vivía, se acomodó a su modo de conducción. Hoy la situación es otra. Es probable que no entienda la política del mismo modo que Kirchner. A pesar de haber recorrido el camino político juntos, pueden existir diferencias. Las podemos intuir. Ella no es amoral. Tiene convicciones. No es idealista, pero tiene preferencias más allá de las limitaciones del momento histórico. Por eso es más frágil. No es ingenua. Sabe que las reservas en el Banco Central y un presupuesto devaluado, que le permite un excedente de caja, son elementos indispensables para la gobernabilidad. Pero por sus declaraciones se presta más a ser protagonista de un “relato” emancipador que el anterior presidente.
Les costaba a algunos pensadores oficialistas que construían la narrativa del poder sentirse cómodos con Kirchner y sus santacruceños. Quizá la mandataria se las haga más fácil. Otros propagandistas no sentirán el cambio mientras cobren un sueldo. Pero de todos modos, para ella será más difícil. La moralidad debilita, la ideologización de las decisiones aísla, los escrúpulos se cotizan mal. Bien lo sabe Alfonsín padre, que decía que con la democracia se come y que a la modernidad se llega con el respeto por el otro.
Desde el retorno de la democracia, los dos únicos presidentes que fueron reelegidos en nombre propio o delegado en otro son Menem y Kirchner, los otros no terminaron sus mandatos. Sabían cómo gobernar nuestro país. Por eso el pasado inmediato de la Presidenta no la condena, la favorece. Por supuesto que no hablo de los libelistas que desean santificar a Néstor. En mi ya no corta vida, he tenido la suerte de haber convivido con el político más importante de la Argentina, el escritor más glorioso, y el futbolista más genial. Con Perón, Borges y Maradona, el panteón está bien custodiado. No hay por qué llenar los pasillos con estatuas abarrotadas por encargo.
Dicen que Brasil y Uruguay son países confiables porque tienen continuidad política. Nosotros ofrecemos continuidad retórica. Menem gana vestido de Facundo Quiroga. Kirchner y Cristina no desestimaron gobernar a los gritos y con intimidaciones de patrones crispados. Pero el estilo no hace a los políticos. Como decía Eduardo Duhalde la primera vez que dio una conferencia de prensa como presidente de facto: “No sabía que el mundo estaba tan globalizado”. Ahora lo sabe, lo sabemos todos. Si bien es cierto que la política vernácula es una variable que incide en nuestro futuro –en realidad, más para mal que para bien–, tanto o más lo hacen el valor del real y el precio de la soja, es decir el mundo, del que, aunque no lo parezca, dependemos.
Nos vemos,
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"Les costaba a algunos pensadores oficialistas que construían la narrativa del poder sentirse cómodos con Kirchner y sus santacruceños." Pregunta: ¿donde quedaron esos santacruceños?