La paradoja


La economía no es el flanco débil de la actual administración. Sin embargo, una de sus dimensiones, la inflación, puja constantemente por ocupar el centro de la escena mediática. El Gobierno aportó bastante para ofrecer sus mejillas a la crítica, desde la pérdida de credibilidad del Indec, que permite que cualquiera afirme cualquier número y sea dado por cierto, hasta la negación de su evidente existencia. La oposición, incluida la más conservadora y responsable de las debacles del pasado, redescubre que los pobres son los más afectados por el “flagelo”. La pobreza o los jubilados les despiertan una sensibilidad ausente en tiempos de gobernar. Puede preverse, entonces, que el modelo de crecimiento no será cuestionado estructuralmente, sino por sus “efectos inflacionarios”. Por eso, conviene tener presente que el problema macroeconómico de la inflación no es la inflación per se.

El discurso oficial en materia de inflación puede sintetizarse en cuatro ideas fuerza:

1. Las subas de precios son inmanentes a los procesos de crecimiento.

2. No se niegan los aumentos, sólo se difiere en el “quantum”.

3. La inflación es mayor para los sectores de mayores ingresos, no sólo por la mayor potencia de una demanda más sofisticada, sino, como señaló el ministro Amado Boudou, por una cuestión de concentración de la oferta de las primeras marcas versus un mercado más competitivo en segundas y terceras.

4. La mayor inflación en alimentos es consecuencia de un problema puntual de oferta: el de la carne.

Estos cuatro enunciados se corroboran con algunos argumentos adicionales:

1. Si la inflación fuese un problema, ya se habría sentido en la demanda, con caída del consumo. Por el contrario, el consumo se mantiene dinámico para todos los niveles de ingresos.

2. Los aumentos salariales concedidos en algunas paritarias, a tono con la “inflación 5 provincias”, no la del IPC-GBA (Indec), no reflejan que los sectores formales son los únicos capaces de mantenerse a salvo, sino la recuperación de la capacidad de negociación de los trabajadores y, consecuentemente, del poder adquisitivo de los salarios, lo que se grafica por el aumento de la participación del Trabajo en el Producto.

3. Los empresarios no conceden graciosamente esta mayor participación del salario, sino porque sus ganancias se lo permiten: el crecimiento es así una relación ganar-ganar.

4. Los sectores informales no pierden poder adquisitivo porque hacia ellos están dirigidas las políticas de ingresos: el salario mínimo, que marca un piso de ingresos de 1800 pesos, y la Asignación Universal por Hijo. En esta materia también se suma la extensión de los beneficios jubilatorios.

Algunos de estos ocho puntos son parcialmente discutibles.

- El problema del quantum fue generado por el propio Gobierno (Indec) afectando las expectativas.

- Existen experiencias históricas de alto crecimiento con tipo de cambio competitivo y menor inflación, caso China, aunque la extrapolación es delicada.

- No necesariamente los más pobres consumen segundas y terceras marcas.

- Quizás el aumento presente del precio de la carne responda a no haber comprendido la movilidad intersectorial de capitales (soja vs. carne). Dicho de otra manera, quizá controlar precios en sectores de baja rentabilidad termine afectando la oferta más allá de las coyunturas climáticas.

Ninguna de estas respuestas es absoluta. No invalidan las ideas fuerza, sino que presentan matices. Los argumentos adicionales, en cambio, presentan menos fisuras. Efectivamente, no existe aún deterioro del consumo y las políticas de ingresos resultaron efectivas para los sectores de menores recursos. El salario gana participación en el Producto y, no obstante, la rentabilidad empresaria sigue en niveles altos. Pero si se acepta sin más que “todos ganan” podría llegarse a una conclusión errónea: que la inflación no es un problema y, por lo tanto, que puede ignorarse para seguir echándole combustible al crecimiento, que todo lo purifica.

El problema puede estar en otra parte. Si bien no existe ni espiral inflacionaria ni deterioro de los indicadores, la inflación afecta de lleno a uno de los pilares del modelo: el tipo de cambio competitivo.

La economía local experimenta inflación en dólares y presenta una paradoja: el crecimiento demanda un tipo de cambio competitivo y estable, pero el tipo de cambio competitivo no es estable, así como el tipo de cambio estable no fue, en la historia argentina, competitivo.

El problema de la inflación no es entonces a qué decil afecta, como trascendió en el debate mediático de la última semana o como sostiene el conservadurismo populista, sino que afecta directamente a la competitividad de la economía local. Para el presente, la fortuna quiso que el contexto internacional resulte favorable. Se asiste a un proceso de inflación de los commodities agrícolas (¿burbuja?) que compensa parcialmente los aumentos de costos internos en dólares.

Si para el crítico la tarea termina en este punto, para los hacedores de política el problema recién comienza. La inflación podría manejarse fácilmente dejando apreciar la moneda. Es lo que hizo Brasil. Pensando solamente desde el lado cambiario, podría hacerse lo contrario y devaluar, lo que aceleraría la evolución de los precios. Inflación y tipo de cambio son dos variables interdependientes. Y el instrumento por excelencia para manejar esta relación son los tipos de cambio diferenciales, entre ellos las retenciones, pero se trata de instrumentos que demandan una gran fortaleza política para su aplicación, como quedó demostrado con la derrota de la resolución 125. Un camino alternativo es ensayar en la regulación de los precios más sensibles en sectores con alta rentabilidad.

Desde el discurso convencional, en cambio, se demandan políticas contractivas, tanto fiscales como monetarias. La historia pasada y aun la reciente (2009) muestra que el freno de la economía no es acompañado necesariamente por un freno en los precios, incluso, con un contexto como el del año pasado, en el que se contrajeron los precios internacionales. Cualquiera sea el caso, el problema cambiario, el verdadero problema macroeconómico de la inflación, llegó para quedarse.

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