Pasión

“La pasión no sabe esperar.” La frase del filósofo alemán Friedrich Niestzsche ofrece una explicación a ese impulso irrefrenable que lleva a algunas personas a desafiar sus propios límites. A arriesgarlo todo, hasta la propia vida, por alguna fuerza poderosa que los mueve hacia el norte que es objeto de su obsesión. Néstor Kirchner era un apasionado y su propia naturaleza lo condenó a transitar la vida como sólo pueden hacerlo quienes tienen ese fuego que les impide pasar desapercibidos: ganando de igual modo amores y odios; detractores y enemigos. A veces, jugando caprichosamente al límite. Pero siempre lejos de la existencia anodina de quienes no están animados por ese ímpetu.

A todas luces ignoró los esmerados cuidados que requería su debilitado aparato cardiovascular, sin sustraerse de la vorágine que le imponía la agenda política y su propia autoexigencia para honrar las obligaciones de ahí derivadas. Pero ese descuido de su salud no se explica por un desapego a la vida sino por todo lo contrario. Es prueba irrefutable de la vitalidad que quita todo freno a los que se sienten convocados por una causa que importa más que cualquier otra cosa.

La principal pasión de Néstor Kirchner, aunque no la única, era la política. Con todas las grandezas y claudicaciones propias del metié. Con el loable compromiso social y con las debilidades inherentes a las pujas de poder. Pero una meta que lleva a un hombre a mirar mucho más allá de la punta de sus zapatos, a involucrarse con el destino colectivo y a trabajar por él desde sus convicciones, con los aciertos y errores propios de todo mortal, lo enaltece.

Se fue temprano. No lo merecíamos. Era un dotado de esa iracundia cercana a un Pierre Trudeau, quien convirtió a Canadá en una gran sociedad, de un líder transformador como Georgeos Papandreu padre, artífice de las reformas económicas de Grecia.

Una pena, Néstor, la sociedad política te necesitaba más tiempo. Tan o más provocador, audaz e innovador. Porque en el escenario político nacional fue quien rompió con la enraizada cultura de dirigentes con retórica y escasa o nula sustancia efectiva desde el poder. Sus adversarios y enemigos, fueron y lo serán, por lo que ellos no hicieron y porque están en las antípodas de su modelo.

El resto es historia más reciente. Cristina está un lugar distinto, y llegará a su mejor etapa, como la mejor, porque este proceso es heredero del mejor Néstor. Y Cristina desde su asunción promueve también la mejor distribución del ingreso, más producción y empleo. Néstor ayudó a crecer, discutir, crear, a ganar y perder. No permitió que la economía y la sociedad se acercaran al abismo.

Sublima el camino recorrido con ese empuje que más de un opositor debe haber mirado con celo. Ante la foto de las seis décadas del santacruceño, la sentencia de Jorge Luis Borges cobra particular sentido: “La muerte es una vida vivida”.

Nos vemos, buen domingo



Sobre textos de Arnaldo Bocco y Cledis Candelaresi

Comentarios

Unknown ha dicho que…
La vida de los grandes hombres se viven con mucha pasión… sino, no serían grandes. Para trascender se necesita ir más allá, no quedarse en los límites impuestos por la sociedad, el tiempo, el espacio, la realidad física misma.

Un hombre sin pasión no es nada, un líder sin pasión no es líder, ni es hombre.

Virgilio decía: “A cada cual le vence su pasión”, no puede caberle mejor ejemplo a esta afirmación que la vida y muerte de Néstor Kirchner.

Néstor era pragmático, estadista, era acción pura, pasión pura, un pura sangre que iba hacia adelante (más allá de aciertos y errores, de ideologías y diferencias que pudiera tener con él y su política).

Se hizo cargo de la vida que le tocó vivir y sorprendió a más de uno (para bien, según podemos concluir de lo masivo del velatorio).

Como diría el Indio Solari: "Vivir, solo cuesta vida".

Un saludo.

HologramaBlanco