Prensa opositora: manipulación o mani pulite
La semana pasada fue explosiva, sin dudas. Y los medios lo reflejaron para todos los gustos.
Los editores tienen derecho a jerarquizar las noticias según sus intereses, ideas o convicciones. Un diario, por caso, puede dedicarle cuarenta líneas perdidas a la restitución del nieto 102 y llevar a tapa, en cambio, el brote paranoico de un periodista por el irresponsable derrape camorrero de un blogger. Esas decisiones son las que dejan al descubierto la línea editorial de un medio. Sería injusto exigirle a un diario procesista que reivindique los juicios a los genocidas, o pedirle a un periódico neoliberal que elogie la presencia de un Estado fuerte. Del mismo modo, sería inútil reclamarle a esta revista que no destaque la tarea incansable de Madres y Abuelas o que no celebre la intervención estatal frente a la prepotencia del mercado. Cada medio tiene derecho a informar desde su punto de vista, reflejarse en el espejo que mejor lo representa: unos alientan los monopolios y la tecnocracia que tolera la exclusión. Nosotros elegimos como símbolo a los que luchan por un país para todos.
Son opciones.
El problema surge cuando la información se manipula para distorsionar la percepción de la realidad. Cuando se retacean datos y se falsean enfoques con la intención de forjar una agenda pública sesgada, a tono con las necesidades inconfesadas del editor. Ese es el caso de la prensa canalla, una variante patológica del periodismo que no necesita mentir para faltar a la verdad.
Embarcado en una guerra (non) santa contra el gobierno K, el diario Clarín ofreció esa semana algunos ejemplos brutales de manipulación. «El kirchnerismo redobla su presión sobre la Corte», tituló el lunes 20, en un intento por ligar la invitación a una marcha en defensa a la Ley de Medios con un presunto apremio del Ejecutivo al máximo tribunal. Como si se trataran de una misma cosa, Clarín asoció la convocatoria de la Coalición por una Radiodifusión Democrática –a la que adhieren diversos medios, partidos políticos, organizaciones sociales y ciudadanos de todo el país, varios de ellos anti K– con las expresiones de molestia de algunos funcionarios de gobierno por dos fallos recientes de la Corte: el visto bueno a la extradición del guerrillero chileno Galvarino Apablaza Guerra y la denuncia penal al gobernador de Santa Cruz por no ejecutar un viejo fallo que ordenaba restituir a un ex fiscal general.
La mezcla de los tres temas no fue ingenua: la Corte tiene en sus manos la resolución de un amparo sobre el artículo 161 de la Ley de Medios. Ese artículo estipula el plazo de un año para que los oligopolios se adecuen a la nueva norma. Clarín interpuso el amparo para evadir la norma y prolongar su posición de privilegio. La marcha de la Coalición reclama que la ley de la democracia se cumpla en su totalidad. La convocatoria no incluye expresiones sobre el caso del guerrillero chileno ni el del fiscal de la discordia. Pero la cobertura del diario omite esos detalles.
El reduccionismo es otra fórmula eficaz de manipulación. El martes 21, en la misma portada donde omite el hallazgo del nieto 102, Clarín destaca la decisión de Carolina Píparo de abandonar el país. El horroroso hecho de violencia delictiva que la tuvo como víctima sirvió para que el diario presentara su caso como un símbolo de la «Inseguridad». El término, profusamente difundido en capiteles y títulos, es un neologismo que confunde una sensación con un hecho. La inseguridad no mata, el crimen sí. La diferencia parece sutil, pero no lo es: la inseguridad se mide con encuestas de opinión; la criminalidad, con estadísticas. Según las planillas que presentó el ministro de Justicia, Julio Alak, la tasa de homicidios dolosos se redujo en un 37 por ciento desde el 2002. La elección del indicador es clave, porque los números de homicidios no se pueden dibujar, como sí ha ocurrido con asaltos y detenciones.
El dato más relevante de esas estadísticas indica que 8 de cada 10 homicidios dolosos son interpersonales, sin vínculos con otros hechos delictivos. Es decir: la bendita «inseguridad» se cobra más víctimas fatales por la tenencia de armas para autoprotección que por robos violentos.
La muerte evitable de miles de ciudadanos que se arman a la espera de que un ladrón quiera quedarse con sus bienes es el efecto colateral más peligroso de la manipulación informativa. La muerte no tiene remedio; las operaciones comerciales o políticas, si se detectan a tiempo, sí. La difusión en continuado de un episodio espantoso como el de los Píparo provoca el temor natural de transformarse en la próxima víctima de una tómbola descontrolada. Y el temor, se sabe, es el mejor método para controlar la conciencia de los pueblos.
La Ley de Medios es una herramienta formidable que permite el arribo de nuevas voces a un terreno contaminado y fangoso. Pero sólo el verdadero compromiso ciudadano con lo que nos pasa podrá provocar la «mani pulite» que permitirá distinguir entre prensa honesta y prensa canalla.
Nos vemos, buena semana
Tomado de Adrián Murano
Los editores tienen derecho a jerarquizar las noticias según sus intereses, ideas o convicciones. Un diario, por caso, puede dedicarle cuarenta líneas perdidas a la restitución del nieto 102 y llevar a tapa, en cambio, el brote paranoico de un periodista por el irresponsable derrape camorrero de un blogger. Esas decisiones son las que dejan al descubierto la línea editorial de un medio. Sería injusto exigirle a un diario procesista que reivindique los juicios a los genocidas, o pedirle a un periódico neoliberal que elogie la presencia de un Estado fuerte. Del mismo modo, sería inútil reclamarle a esta revista que no destaque la tarea incansable de Madres y Abuelas o que no celebre la intervención estatal frente a la prepotencia del mercado. Cada medio tiene derecho a informar desde su punto de vista, reflejarse en el espejo que mejor lo representa: unos alientan los monopolios y la tecnocracia que tolera la exclusión. Nosotros elegimos como símbolo a los que luchan por un país para todos.
Son opciones.
El problema surge cuando la información se manipula para distorsionar la percepción de la realidad. Cuando se retacean datos y se falsean enfoques con la intención de forjar una agenda pública sesgada, a tono con las necesidades inconfesadas del editor. Ese es el caso de la prensa canalla, una variante patológica del periodismo que no necesita mentir para faltar a la verdad.
Embarcado en una guerra (non) santa contra el gobierno K, el diario Clarín ofreció esa semana algunos ejemplos brutales de manipulación. «El kirchnerismo redobla su presión sobre la Corte», tituló el lunes 20, en un intento por ligar la invitación a una marcha en defensa a la Ley de Medios con un presunto apremio del Ejecutivo al máximo tribunal. Como si se trataran de una misma cosa, Clarín asoció la convocatoria de la Coalición por una Radiodifusión Democrática –a la que adhieren diversos medios, partidos políticos, organizaciones sociales y ciudadanos de todo el país, varios de ellos anti K– con las expresiones de molestia de algunos funcionarios de gobierno por dos fallos recientes de la Corte: el visto bueno a la extradición del guerrillero chileno Galvarino Apablaza Guerra y la denuncia penal al gobernador de Santa Cruz por no ejecutar un viejo fallo que ordenaba restituir a un ex fiscal general.
La mezcla de los tres temas no fue ingenua: la Corte tiene en sus manos la resolución de un amparo sobre el artículo 161 de la Ley de Medios. Ese artículo estipula el plazo de un año para que los oligopolios se adecuen a la nueva norma. Clarín interpuso el amparo para evadir la norma y prolongar su posición de privilegio. La marcha de la Coalición reclama que la ley de la democracia se cumpla en su totalidad. La convocatoria no incluye expresiones sobre el caso del guerrillero chileno ni el del fiscal de la discordia. Pero la cobertura del diario omite esos detalles.
El reduccionismo es otra fórmula eficaz de manipulación. El martes 21, en la misma portada donde omite el hallazgo del nieto 102, Clarín destaca la decisión de Carolina Píparo de abandonar el país. El horroroso hecho de violencia delictiva que la tuvo como víctima sirvió para que el diario presentara su caso como un símbolo de la «Inseguridad». El término, profusamente difundido en capiteles y títulos, es un neologismo que confunde una sensación con un hecho. La inseguridad no mata, el crimen sí. La diferencia parece sutil, pero no lo es: la inseguridad se mide con encuestas de opinión; la criminalidad, con estadísticas. Según las planillas que presentó el ministro de Justicia, Julio Alak, la tasa de homicidios dolosos se redujo en un 37 por ciento desde el 2002. La elección del indicador es clave, porque los números de homicidios no se pueden dibujar, como sí ha ocurrido con asaltos y detenciones.
El dato más relevante de esas estadísticas indica que 8 de cada 10 homicidios dolosos son interpersonales, sin vínculos con otros hechos delictivos. Es decir: la bendita «inseguridad» se cobra más víctimas fatales por la tenencia de armas para autoprotección que por robos violentos.
La muerte evitable de miles de ciudadanos que se arman a la espera de que un ladrón quiera quedarse con sus bienes es el efecto colateral más peligroso de la manipulación informativa. La muerte no tiene remedio; las operaciones comerciales o políticas, si se detectan a tiempo, sí. La difusión en continuado de un episodio espantoso como el de los Píparo provoca el temor natural de transformarse en la próxima víctima de una tómbola descontrolada. Y el temor, se sabe, es el mejor método para controlar la conciencia de los pueblos.
La Ley de Medios es una herramienta formidable que permite el arribo de nuevas voces a un terreno contaminado y fangoso. Pero sólo el verdadero compromiso ciudadano con lo que nos pasa podrá provocar la «mani pulite» que permitirá distinguir entre prensa honesta y prensa canalla.
Nos vemos, buena semana
Tomado de Adrián Murano
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