¿Porque nadie quiere ser de derecha?

¿Resulta acaso sorprendente que la derecha argentina sienta una cierta inquietud existencial al ser identificada precisamente como de derecha? ¿Está sucediendo un re-acomodamiento de piezas en el mapa político de la oposición que parece haber descubierto que la defensa cerrada de las corporaciones económico-mediáticas ya no rinde el rédito esperado? ¿Resulta, tal vez, impresentable quedar pegado a las vicisitudes del inefable Mauricio Macri, que su antiguo socio y colega de herencias busca separarse ostentosamente acusándolo de “derechoso”? Extrañas parábolas que fueron iniciadas, no por De Narváez o algún otro de los peronistas disidentes, sino por Ricardo Alfonsín que, lanzado a la carrera presidencial, percibió que el pequeño Cobos se estaba volviendo cada vez más pequeño y que hacía falta regresar al ilusionismo socialdemócrata para volver a la mística extraviada de los orígenes.

El hijo del padre, hábil a la hora de captar el cambio de atmósfera, hace borrón y cuenta nueva respecto de sus votos nada progresistas en los últimos dos años: votó en contra de todas las leyes de avanzada que se presentaron en el Congreso de la Nación, desde la re-estatización jubilatoria, la recuperación de Aerolíneas Argentinas hasta llegar, por supuesto y como gran coronación, al rechazo de la ley de servicios audiovisuales; su objetivo, ahora, es construir su candidatura desde la perspectiva de alguien que se presenta como un genuino exponente del progresismo argentino (de ese que lleva dentro suyo un antiguo gorilismo). Incluso el Grupo Clarín, casi al borde del precipicio y sin saber de qué modo salir de su propio atolladero causado por sus oscuridades impresentables, últimamente se le ha dado por describir las atrocidades cometidas durante la dictadura videlista, focalizando en torturas y desapariciones y como adelanto de un improbable mea culpa.

Nadie quiere, en estos días que corren, salvando los editoriales del siempre liberal-conservador diario de los Mitre, definir su identidad política acercándose peligrosamente a la derecha de la pantalla. Nadie, en especial aquellos que pelean por una suerte de candidatura peronista neoliberal, desea que les recuerden su ostensible inclinación hacia el poder concentrado y hacia las recetas conservadoras; Macri, de todos ellos, es el que lleva la delantera en una carrera de la que nadie quiere ser el ganador, porque la meta es ser identificado como el heredero de Menem.

Con diversos grados de astucia, y en eso De Narváez demuestra que aprende rápido y que tiene alrededor suyo a un ejército de asesores que permanentemente le susurran cosas al oído, los impresentables de un peronismo prostibulario se afanan por demostrar que ellos nada tienen que ver con ese fantasma horrible que viste los ropajes de la derecha. El problema es que nadie parece creerles porque la foto, por sí sola, es más que elocuente allí donde se presentan juntos Eduardo Duhalde, Rodríguez Saa, Ramón Puerta, De Narváez, Juan Carlos Romero, Felipe Solá y, como haciéndose el distraído, el enigmático y siempre escurridizo Carlos Reutemann.

Lo cierto es que este elenco que se asemeja a una tienda de los milagros, a la que también hay que agregar a Busti y Das Neves, sabe que tiene que desmarcarse del espectro que la acosa, un espectro que los lleva directamente hacia lo peor de la última década y que los muestra ocupando sin mediatintas el costado derecho de la política argentina, en especial allí donde el kirchnerismo se ofrece como el heredero de las tradiciones nacional populares del peronismo y desde el radicalismo, y tal vez en alianza con el socialismo santafesino y algo de lo que quede de la coalición cívica, amenaza con expropiar el imaginario progresista y republicano que tanto atrae a la clase media.

Lo positivo de la emergencia de Alfonsín en detrimento de la de Cobos es que ofrece la oportunidad de que la batalla electoral tienda a girar hacia carriles en los que los adversarios buscarán mostrarse, cada uno, como el mejor exponente de un proyecto de transformación y redistribución en el país. Si se sostiene el crecimiento de Ricardo Alfonsín, es que el mayor desafío al que se enfrentará el kirchnerismo no vendrá desde el seno del peronismo, no será un desafío marcado por la impronta de un neomenemismo o de un conservadurismo duhaldista, sino que adquirirá los rasgos de una alianza neoprogresista heredera.

Un progresismo vacío, pomposamente republicano y muy débil ante los poderes económicos se enfrentará al único gobierno democrático que después del 55 logró mantener su modelo pese a los claros avances golpistas a los que tuvo que enfrentarse a partir de la rebelión de los patrones de estancia. Será cuestión de seguir de cerca este duelo que, por esas extrañas parábolas de la realidad nacional, encuentra a los adversarios tratando de mostrarse como los más consecuentes en la búsqueda de un proyecto progresista.

Lo que al menos sí se sabe es que uno está en el gobierno afanándose por profundizar políticas que mejoren la distribución y el trabajo, a la vez que continúen en la senda de políticas de memoria y justicia, en medio de una brutal crisis económica mundial, y los otros han tratado de bombardear sistemáticamente ese camino aunque ahora se envuelvan en ropajes progresistas.

Nos vemos,



Sobre textos de Ricardo Forster

Comentarios

Almita ha dicho que…
Es una cuestión semántica y semiótica.
Hace ya rato que nadie quiere ser "de derecha". Pues entonces, aceptarían lo que ello conlleva.
Encima últimamente, le otorgan el carácter de agravio.
Es un modo más de esconder las cosas como son.
Hace 20 años, concubina, era mala palabra. Hoy, no. Barbudo, obrero, y cuantas más.
Se esquiva la palabra cuando su contenido es pesado, y no puede ser vaciada del mismo.
Prefieren la difusa palabra "opositor".
Y es un acierto de su parte -y de los medios que la imponen-, porque eso permite que personas que no son de derecha -o no lo eran- concurran con periodistas de derecha, o coincidan con políticos de derecha.
Claro, en el paquete "Oposición" pueden convivir todos aquellos que, si el paquete fuera "La Derecha", no podrían estar juntos.
El mismo movimiento saltimbanqui lo hicieron con "El Campo".
Son todos y nadie.
Además, hasta se adueñaron de la palabra "Peronismo" (para Peronismo Federal).
Entonces, no son conservadores, no son "derechosos", y quedan rejuntados en el sustantivo "Oposición".
Oposición vs. Oficialismo.
Si hay que ponerle otro nombre, es Kirchnerismo.
Es también un modo de restarle valor ideológico a la política. Los candidatos, parecieran ser aideológicos -meros administradores-.
No se nombra un partido, una corriente, una doctrina, porque en última instancia, no hay doctrina, no hay proyecto.
Apellidos, o el sustantivo "oposición".
Macrismo, Alfonsinismo, Kirchnerismo, De Narváez queda medio afuera porque costaría decirlo.
El individuo, de últimas, no el conjunto social.
Saludos