Cristina, G-20, la crisis y el ajuste

“Los países que tenemos memoria del desempleo no podemos aceptar el ajuste como solución a la crisis”, afirmó Cristina Fernández de Kirchner minutos antes de partir hacia la cumbre del Grupo de los 20. Usó el plural porque allí está la clave del resultado de esta reunión, en la cual se pusieron en disputa dos enfoques opuestos sobre cómo responder a los problemas económicos globales. Por un lado, las naciones europeas, Canadá y Japón plantearon la necesidad de extender las políticas ortodoxas de recortes de gastos, congelamiento de salarios y flexibilización laboral. Vinieron a buscar un aval político internacional a las medidas que la mayoría de los países europeos están aplicando internamente.

Del otro lado quedaron las potencias en ascenso –China, India, Rusia, Brasil– y países emergentes como la Argentina y Sudáfrica, que ya pasaron por eso o que son refractarios a ese tipo de recetas y pretenden seguir con las políticas de fuerte intervención estatal en la economía, planes de estímulo y control a los capitales especulativos. Pero Cristina no sólo se refería a ellos al hablar en plural, sino especialmente a Estados Unidos, que esta vez, bajo la administración Obama y a pocos meses de una elección clave de medio término, decidió jugar del lado de este último grupo. “Ellos tienen en su ADN el recuerdo del desastre de la desocupación después de la crisis del ’30”, mencionó la Presidenta. Eso hará que el documento final de la cumbre no resulte una arremetida neoliberal, sino un llamamiento a combinar el cuidado de las cuentas públicas con el objetivo prioritario del crecimiento, el sostenimiento del empleo y la demanda global.

Algunos países emergentes de Asia más los exportadores de petróleo lograron generar sustantivos superávits en sus pagos internacionales (principalmente con los Estados Unidos) y acumular reservas por más de u$s 5 billones. A su vez, varios países de América latina, incluida la Argentina, lograron fortalecer sus pagos internacionales vía la expansión de sus exportaciones, el fortalecimiento de las finanzas públicas y el manejo ordenado de la deuda.

Cuando a fines del 2007 estalló la burbuja especulativa de las hipotecas subprime norteamericanas y se desencadenó la crisis financiera global, los Estados Unidos sostuvieron la demanda con el salvataje a los bancos, recortes de impuestos, transferencias sociales y flexibilización monetaria. China insistió con el aumento del gasto de inversión, incluido el crédito para el sector inmobiliario. Alemania y Japón descansaron en el salvataje del sector financiero a través del gasto público y la flexibilización monetaria.

Los Estados de las mayores economías industriales comprometieron una inmensa masa de recursos públicos para rescatar al sistema financiero y sostener el nivel de actividad, llevando el déficit fiscal de posiciones de equilibrio a déficits del orden del 10% del PBI. Ahora, frente al impacto negativo de estos hechos sobre las expectativas de los mercados, están promoviendo el ajuste fiscal y el endurecimiento de la política monetaria, a pesar de que, todavía, la economía real no presenta evidencias firmes de recuperación del consumo y la inversión.

El ajuste es particularmente doloroso para los países de la Unión Europea sujetos al euro y vulnerables por los déficits preexistentes en sus finanzas públicas y/o pagos internacionales y la existencia de niveles de deuda, pública y privada, que reclama el refinanciamiento en los mercados. En este escenario, estos mismos países están poniendo en marcha recortes de programas sociales, normas laborales y regímenes jubilatorios, para reducir el déficit y recuperar la confianza de los mercados. Estas políticas aumentarán la brecha salarios/productividad, deprimirán la producción y el empleo y no resolverán los desequilibrios existentes.

Por otra parte, los países emergentes, como la Argentina, que lograron consolidar sus finanzas públicas y pagos internacionales antes de la crisis, han logrado evitar el ajuste impuesto a las economías vulnerables. En estos países, la dinámica de la relación salarios/productividad y la distribución del ingreso responde a procesos, en buena medida, distintos del de las grandes economías industriales y, en todo caso, tiene una influencia marginal en el comportamiento del sistema global.

La depreciación del dólar respecto de las monedas de los países superavitarios, como China, Alemania y Japón, puede estimular las exportaciones norteamericanas a esos mercados, pero no resuelve los problemas del sobre-consumo y la insuficiencia del ahorro interno de los Estados Unidos. De hecho este país experimentó fuertes déficits en sus pagos internacionales en los últimos cuarenta años a pesar de la variación de la paridad del dólar con sus principales competidores. Los ajustes de paridades no resuelven, en las mayores economías, los desequilibrios provocados por la brecha salarios-productividad y la pérdida de participación de los salarios en el ingreso, ni la vulnerabilidad generada por la desregulación de la especulación financiera.

Nos vemos,



Fuentes: Página 12 / contribución del Dr. Aldo Ferrer

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