Gurúes, BCRA y el negocio de la banca
Citamos dos hechos financieros importantes para nuestro país en este siglo: 1) Masiva emigración de dólares -cerca de 20.000 millones- con un listado de reciente publicación que incluye hombres de negocios locales, economistas neoliberales y estrellas de la farándula entre otros. 2) Las perturbaciones en las finanzas globales se registró una salida neta de capitales por parte del denominado "Sector privado no financiero" que, solamente considerando los movimientos de 2008 y los nueve primeros meses de 2009, alcanzó a 33.600 millones de dólares.
Valgan ambas referencias para conocer mejor a los personajes -alguno de ellos actúa profesionalmente asesorando a los tenedores extranjeros de bonos argentinos en default- que hoy se rasgan las vestiduras indignados por el interés oficial en "avasallar las instituciones". Permite asimismo ver cuánto hay de cierto en su proclamada vocación por preservar las reservas internacionales, que "efectivamente" son propiedad de todos los argentinos.
No es la única circunstancia que ahora se sincera. Con la remoción del Presidente del BCRA se quiebra la curiosa convivencia que se había establecido entre uno de los últimos bastiones ideológicos sobrevivientes de los noventa, abroquelados en los cuadros técnico-gerenciales del BCRA y la heterodoxia que practica el actual Gobierno en materia de política económica. Lo ocurrido llevó a primer plano el debate acerca de la independencia del BCRA.
Para explicar mejor las cosas, de acuerdo a la interpretación ortodoxa, el BCRA que heredamos, al no haberse tocado la parte substancial de la reforma de 1992, equivaldría a una suerte de Estado Vaticano, con sede en la Nación Argentina. Y eso se ratificó en la actuación de sus presidentes, que, desde entonces, se asimiló más a las prácticas de un monarca que sólo rinde cuentas ante Dios, que a un funcionario actuando dentro de las instituciones republicanas, donde el poder efectivo sólo es ejercido por quien fue elegido mediante el voto ciudadano y por lo tanto es el superior inmediato de aquél designado para presidir el Banco. La autoridad monetaria, en "un país en serio", debe subordinarse a la estrategia que establezca el poder político.
La reciente crisis en las finanzas globales sirvió para probar esta última tesis. Tanto la Reserva Federal como el Banco Central Europeo acataron las disposiciones de las autoridades políticas, aportando los recursos solicitados, direccionando su destino y acomodando las tasas de interés según las orientaciones de los respectivos gobiernos. Asimismo, en el plano real puede recordarse que en otras naciones industrializadas, como Japón o Corea, la subordinación de la autoridad monetaria a las estrategias de corto y largo plazo en materia económica -dictadas por los gobiernos centrales- siempre constituye política de Estado.
Pero lo cierto es que imponer la autonomía absoluta de los bancos centrales, fue parte de la exitosa ofensiva neo liberal que se inició con los golpes de Estado de los años setenta y se consolidó en las dos décadas siguientes, para perfeccionarse con el Consenso de Washington. Una de las condiciones para perfeccionar este proceso era retirar al Estado de la economía; en la esfera monetaria ello requería no sólo otorgar autonomía al Banco Central, sino previamente quitarle toda función vinculada, primero, con la preservación y desarrollo de la producción y el trabajo nacional y, segundo, efectivamente actuar como agente financiero del Estado. Y ese fue el huevo de la serpiente, que generó grandes rentabilidades al negocio bancario, amplió la masa de los acreedores externos de la Argentina y provocó una enorme volatilidad en los mercados del dinero.
El negocio de la banca, es sabido, consiste en prestar y luego refinanciar los préstamos y así hasta el infinito, mientras la bola de nieve del endeudamiento sigue creciendo, acompañada de mayores riesgos sistémicos. Los Estados son llevados a una situación en que permanentemente necesitan dinero fresco para cumplir con los servicios de su deuda externa. Recordemos que en los años noventa se llegó al extremo de tomar préstamos del Banco Mundial para financiar el gasto en los "Planes Trabajar". En consecuencia, cualquier intento por desendeudarse no es visto con buenos ojos por la banca internacional.
Este es el caso de la Argentina, cuando en el ejercicio de su soberanía decide utilizar una parte de sus ahorros en moneda dura -localizados en Suiza, donde percibe una ínfima tasa de interés-, sea para demostrar capacidad de pago o directamente con el fin de cancelar deuda externa. Pero una decisión soberana de este tipo, le está arruinando el negocio tanto a quienes trabajan colocando nuestras divisas, por las cuales nos pagan 1,5 puntos porcentuales, como a los prestamistas que pretenden cobrarle el 15% anual a la Argentina.
Esta cruda realidad es lo que está detrás de la polvareda levantada en nombre de la independencia del BCRA, que, como ya mencionábamos, quieren legitimizar al estilo de una suerte de extraterritorialidad -al estilo de la impuesta por el imperio británico en China luego de la guerra de opio-, un espacio cedido a los acreedores externos desde el cual se supervisaría al Estado Nacional, siempre con el acompañamiento habitual de algún "idiota útil" y/o de actores políticos al acecho de sacar alguna ventaja de una situación donde los verdaderos villanos de la película se han puesto la piel de cordero. No menos clamoroso es el silencio de aquellos integrantes de la oposición que, ideológicamente, deberían acompañar al Gobierno en esta porfía.
Por conveniencia u omisión siguen discurseando acerca de objetivos tan loables como la recuperación de los ferrocarriles, la real legitimidad de la deuda externa o los peligros de minería a cielo abierto.
Nos vemos
Fuente: FIDE, informe Nº 211
Valgan ambas referencias para conocer mejor a los personajes -alguno de ellos actúa profesionalmente asesorando a los tenedores extranjeros de bonos argentinos en default- que hoy se rasgan las vestiduras indignados por el interés oficial en "avasallar las instituciones". Permite asimismo ver cuánto hay de cierto en su proclamada vocación por preservar las reservas internacionales, que "efectivamente" son propiedad de todos los argentinos.
No es la única circunstancia que ahora se sincera. Con la remoción del Presidente del BCRA se quiebra la curiosa convivencia que se había establecido entre uno de los últimos bastiones ideológicos sobrevivientes de los noventa, abroquelados en los cuadros técnico-gerenciales del BCRA y la heterodoxia que practica el actual Gobierno en materia de política económica. Lo ocurrido llevó a primer plano el debate acerca de la independencia del BCRA.
Para explicar mejor las cosas, de acuerdo a la interpretación ortodoxa, el BCRA que heredamos, al no haberse tocado la parte substancial de la reforma de 1992, equivaldría a una suerte de Estado Vaticano, con sede en la Nación Argentina. Y eso se ratificó en la actuación de sus presidentes, que, desde entonces, se asimiló más a las prácticas de un monarca que sólo rinde cuentas ante Dios, que a un funcionario actuando dentro de las instituciones republicanas, donde el poder efectivo sólo es ejercido por quien fue elegido mediante el voto ciudadano y por lo tanto es el superior inmediato de aquél designado para presidir el Banco. La autoridad monetaria, en "un país en serio", debe subordinarse a la estrategia que establezca el poder político.
La reciente crisis en las finanzas globales sirvió para probar esta última tesis. Tanto la Reserva Federal como el Banco Central Europeo acataron las disposiciones de las autoridades políticas, aportando los recursos solicitados, direccionando su destino y acomodando las tasas de interés según las orientaciones de los respectivos gobiernos. Asimismo, en el plano real puede recordarse que en otras naciones industrializadas, como Japón o Corea, la subordinación de la autoridad monetaria a las estrategias de corto y largo plazo en materia económica -dictadas por los gobiernos centrales- siempre constituye política de Estado.
Pero lo cierto es que imponer la autonomía absoluta de los bancos centrales, fue parte de la exitosa ofensiva neo liberal que se inició con los golpes de Estado de los años setenta y se consolidó en las dos décadas siguientes, para perfeccionarse con el Consenso de Washington. Una de las condiciones para perfeccionar este proceso era retirar al Estado de la economía; en la esfera monetaria ello requería no sólo otorgar autonomía al Banco Central, sino previamente quitarle toda función vinculada, primero, con la preservación y desarrollo de la producción y el trabajo nacional y, segundo, efectivamente actuar como agente financiero del Estado. Y ese fue el huevo de la serpiente, que generó grandes rentabilidades al negocio bancario, amplió la masa de los acreedores externos de la Argentina y provocó una enorme volatilidad en los mercados del dinero.
El negocio de la banca, es sabido, consiste en prestar y luego refinanciar los préstamos y así hasta el infinito, mientras la bola de nieve del endeudamiento sigue creciendo, acompañada de mayores riesgos sistémicos. Los Estados son llevados a una situación en que permanentemente necesitan dinero fresco para cumplir con los servicios de su deuda externa. Recordemos que en los años noventa se llegó al extremo de tomar préstamos del Banco Mundial para financiar el gasto en los "Planes Trabajar". En consecuencia, cualquier intento por desendeudarse no es visto con buenos ojos por la banca internacional.
Este es el caso de la Argentina, cuando en el ejercicio de su soberanía decide utilizar una parte de sus ahorros en moneda dura -localizados en Suiza, donde percibe una ínfima tasa de interés-, sea para demostrar capacidad de pago o directamente con el fin de cancelar deuda externa. Pero una decisión soberana de este tipo, le está arruinando el negocio tanto a quienes trabajan colocando nuestras divisas, por las cuales nos pagan 1,5 puntos porcentuales, como a los prestamistas que pretenden cobrarle el 15% anual a la Argentina.
Esta cruda realidad es lo que está detrás de la polvareda levantada en nombre de la independencia del BCRA, que, como ya mencionábamos, quieren legitimizar al estilo de una suerte de extraterritorialidad -al estilo de la impuesta por el imperio británico en China luego de la guerra de opio-, un espacio cedido a los acreedores externos desde el cual se supervisaría al Estado Nacional, siempre con el acompañamiento habitual de algún "idiota útil" y/o de actores políticos al acecho de sacar alguna ventaja de una situación donde los verdaderos villanos de la película se han puesto la piel de cordero. No menos clamoroso es el silencio de aquellos integrantes de la oposición que, ideológicamente, deberían acompañar al Gobierno en esta porfía.
Por conveniencia u omisión siguen discurseando acerca de objetivos tan loables como la recuperación de los ferrocarriles, la real legitimidad de la deuda externa o los peligros de minería a cielo abierto.
Nos vemos
Fuente: FIDE, informe Nº 211
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Saludos.