El optimismo no vende
Si hay algo que demuestra la pulsión de vida de la sociedad humana es cómo se despierta cada día para vivir en medio de tanta calamidad pesimista. Sobre todo en las últimas semanas el oscurantismo noticioso del mundo, que no nos excluye, cunde por los intersticios de la realidad como una mortaja. Se funden los fondos, se funden las bolsas, se funde el empleo y se funde el futuro. Riesgos y males económicos y su retahíla de males físicos y humanos consecuentes abruman el mundo. Ni el capitalismo ni el marxismo resuelven nada. El populismo es una porquería; y el socialismo y los bancos. Y también el Estado que roba, según dicen los que roban más que el estado. Las voces de los sabios, si no ponen la lápida cavan el pozo.
El pesimismo atrae porque hace lucir inteligente a un tonto. Y aquel que osa exhibir un poco de optimismo es desdeñado por incauto. No sé por qué últimamente percibo una gozosa inclinación argentina al pesimismo. ¿Y por qué no? Si la realidad que nos cuentan impone ese estado de ánimo. Y desde el sector político, empresario y mediático es lo que más abunda. De cada sumario de noticias para encontrar una sola feliz hay que saltearse las internacionales, las financieras, las policiales, la de la de los políticos. Y las religiosas. Al menos en el deporte y en el espectáculo surgen héroes e ídolos sonrientes.
Pero no hay ya héroes ni ídolos en la política ni en la economía. Y si hay sonrisas son tomadas por mendaces o cínicas. Es raro esto porque en la vida cotidiana, la de aquí, la de uno y la de aquellos, parece correr otro río humano más ilusionado. El pesimismo- según la filosofía- es la creencia en que el estado de las cosas es el peor posible. El término “pesimista” empezó a ser usado en Inglaterra a principios del siglo diecinueve como antítesis de optimismo. El pesimista es ese pensamiento que piensa que mañana no va a ser mejor ni siquiera igual sino peor. Y de que en la vida humana los dolores superan a los placeres y los males superan a los bienes.
Schopenhauer -el filósofo enculado, que al menos tenía el tino de no broncearse para decir sus cataclismos- sostenía que “toda la vida es mal o dolor”. Que sufra Schopenhauer, que yo no lo sigo. Lo curioso es que cada uno de nosotros trata de arreglarse en la vida con ilusiones y ya al despertarse, apenas escucha o lee lo que grita el mundo estropea el buen sueño o la noche de amor. No hay que creerles a los que venden pesimismo en cantidades mayoristas porque cuanto más venden más ricos, contentos y optimistas se ponen. Hay algunos políticos tan pesimistas que cuando les toque gobernar ya se habrán olvidado de qué es el optimismo. En cuanto a los periodistas pesimistas, si les va bien no van a cambiar de mercadería ni de negocio. El optimismo no vende. Unicamente el del horóscopo feliz.
Nos vemos,
Autor: Orlando Barone
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