Fundamentos del peronismo liberal
Después de los éxitos de los años 90, cuando peronismo y liberalismo, sin demasiado trabajo teórico previo, se unieron en feliz coincidencia en un programa estratégico para la Argentina, se vuelve a avizorar, en la década próxima a iniciarse, la misma unión política, más sólida y mejor estructurada. A pesar de lo que para muchos puede aún continuar siendo un oximoron político, abundan los presupuestos para volver a pensar un matrimonio político fértil entre las dos corrientes que han combatido con más encarnizamiento durante buena parte del siglo XX. Sin embargo, toda vez que se contempla una fusión política peronista-liberal, existen resistencias a vencer, muy definidas y visibles dentro de ambas corrientes de pensamiento.
Dentro del liberalismo, se puede considerar ya superado el factor racista que determinó buena parte de lo que el peronismo denominó gorilismo. En este caso, quedó un saldo a favor del peronismo que logró demostrar su razón histórica, al incorporar las grandes mayorías nacionales al poder político y al producir el milagro sociológico, único en la América Latina de su tiempo, de convertirlas en una rotunda clase media. Pero, con comprensible razón, el liberalismo desconfía de ciertas actitudes muy arraigadas dentro del peronismo y que, después de los gobiernos de Duhalde y de ambos Kirchner, no parecen sino haber empeorado. A saber, el abuso de poder por encima de la Constitución, la escasa vocación republicana, la corrupción siempre latente en aquellos que encuentran en el Estado la ocasión de enriquecerse y transformarse a su vez en aquella oligarquía tan envidiada y, lo que parece ser la marca en el orillo de los argentinos por un excesivo apego a los modelos europeos, el estatismo siempre preferido a la libertad de la iniciativa privada.
En este sentido, es el peronismo el que tiene que hacer un gran esfuerzo de modernización, no de su doctrina –que expresa las creencias populares y el sistema de valores cristiano que le dieron origen—sino de sus instrumentos. Dentro del conjunto peronista, ya se ha avanzado mucho en la conciencia de la necesidad de un respeto absoluto a la Constitución y en la conveniencia colectiva de una perfecta institucionalidad, respetando la independencia de los tres poderes. Si bien el kirchnerismo, desde sus posturas de izquierda setentista continúa atrasando en este tema, el resto del arco peronista desde el duhaldismo al peronismo disidente, pasando por un menemismo también evolucionado en este aspecto, se puede decir que el encuentro con el liberalismo es total, en lo que hace a la actitud republicana.
Donde el peronismo y también el movimiento afín más liberal del PRO, continúan haciendo agua, es en la revisión de los instrumentos administrativos, de gestión, de política económica y de política exterior. Ideas muy arraigadas acerca de la superioridad del estatismo --siempre centralista, además-- o de la conveniencia para la Argentina de tener mejores lazos con Europa que con los Estados Unidos, se han transformado en clichés políticos paralizantes que impiden pensar propuestas ambiciosas y renovadoras para la Argentina.
Existe un lastre ideológico no identificado que perturba el correcto análisis de muchos de los problemas argentinos y equivoca, por lo tanto, las soluciones. La incoherencia fiscal es uno de los ejemplos más evidentes, ya que aún no se ha hecho un estudio serio para replantear el modelo impositivo federal, llave del crecimiento nacional.
Peronismo y liberalismo deben no solo entablar una discusión desprejuiciada sobre la descentralización administrativa, la privatización y tercerización de servicios estatales, sino trabajar en la creación de una estructura impositiva genuinamente federal, en la cual las provincias recauden y administren sus impuestos, coparticipando a la Nación, en vez de a la inversa, como en la actualidad. Estas discusiones deben suceder mucho antes de que un presidente peronista liberal o liberal peronista llegue al poder, de modo de evitar muchas de las confusiones que malograron los éxitos de los años 90. Es importante volver a hacer notar que el estallido final de la economía a fines del 2001, se produjo por la errada visión de dirigentes anti-liberales como Duhalde y Alfonsín que apuraron una situación que podría haber tenido otro final, si el peronismo hubiera estado más en claro en los aspectos administrativos provinciales, y la población mejor instruida e informada sobre las reformas pendientes.
Así como en los 90, fue el liberalismo el aportó el bagaje teórico para la modernización de la economía, ahora es el peronismo el que debe completar ese bagaje, añadiéndole sus mejoras, en especial aquellas que se extrañaron bastante en esa década y cuya falta se siente muchísimo más ahora, y que hacen al cuidado y a la efectiva promoción de millones de personas degradadas otra vez a la categoría de pueblo marginal, como si el peronismo nunca hubiera existido. Esta degradación tiene su origen principalmente en la falta de una adecuada compresión de los instrumentos de la modernización por parte de la dirigencia política peronista, que no acompañó en su momento la revisión de los instrumentos de política económica, con una revisión modernizadora de los instrumentos de política social.
La política exterior fue muy bien encaminada en los 90, en una fértil asociación del peronismo doctrinariamente nacionalista, continentalista y universalista con el liberalismo globalizador. Luego, sin embargo, los caminos se separaron y, mientras que el peronismo se esmeró en cultivar una visión provinciana del continentalismo, encerrándose en las propuestas del Mercosur o en las de la asociación bolivariana de Chávez, el liberalismo se inclinó por una visión globalista generalizadora, abandonando detrás del desinterés de los Estados Unidos por la región después de Septiembre de 2001, todo objetivo continentalista.
Está aún pendiente, tanto en la Argentina como en los Estados Unidos, la discusión sobre una comunidad americana, no sólo de libre comercio, sino política y militar. En este caso, es el peronismo el que por su propia vocación específicamente continentalista, debería plantear el debate y las iniciativas a llevarse a cabo con otros sectores afines, oficiales o no, en todo el continente. El continentalismo es, para la Argentina, el eslabón perdido en su proceso de globalización. De algún modo, también representa una gran oportunidad perdida para los Estados Unidos, y es en esta confluencia que peronismo y liberalismo pueden volver a encontrarse, para entrar con una mayor y distintiva fuerza en el proceso globalizador.
La fusión del peronismo y el liberalismo en un proyecto teórico común, debería continuarse luego en la organización de un espacio institucional. En las sucesivas discusiones en el Foro Partido Justicialista, exploramos la idea de que, una vez removido Kirchner de su ilegítima presidencia partidaria, fuese el Partido Justicialista el que albergase la fusión. Como heredero de la tradición más conservadora y ya renovado en parte durante los 90, y siendo el gran partido nacional más reciente y moderno, le corresponden los honores de dueño de casa. Como continua siendo una casa usurpada, el brote de partido alternativo del PRO puede crecer en la circunstancia, ofreciéndose como segunda opción, sin descartar una tercera, un nuevo partido armado con toda la decisión e inversión necesaria. Por algunos meses, el envase es lo de menos, siendo más importante crear conciencia acerca de la fusión y promover un debate público sobre todos aquellos temas que hace tiempo no se revisitan con la energía necesaria.
Peronistas y liberales pueden, como representantes de las dos corrientes culturales más profundas de nuestro pueblo, aunarse en un espacio que exprese ese conservadorismo cultural, hoy ya sumado en el acervo histórico y espiritual de los argentinos, y sólo contestado por aquellos que se resisten a abrevar en alguna de esas dos fuentes que formaron nuestro país, y recurren a otro tipo de inspiración, marxista, socialista o social-demócrata de raíz europea. Católicos o masones, protestantes o judíos, los peronistas y liberales tienen hoy en común la espiritualidad de su fe y su visión trascendente de la historia común. Si durante los siglos pasados tendieron a enfrentarse por sus diferentes versiones de la historia, el siglo XXI los encuentra automáticamente alineados, unidos y sin grietas, frente al ateísmo y al terrorismo islámico.
Cuando sólo algunos prejuicios del pasado separan dos poderosas fuerzas, y cuando el único futuro posible de la Argentina reclama su obligatoria unión, la hora no podría ser más propicia. El destino final de una Argentina próspera y feliz, requiere simultáneamente el aval y sostén de las grandes mayorías y el gobierno de la estricta modernidad del liberalismo.
Nos vemos,
Serie: Las viudas de Menem recargadas
Textos: Diana Ferraro
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