El caso Grecia: luces de alarma
Habíamos tocado el tema del default en la eurozona en este post y decíamos con relación a Grecia, en una especie de descripción breve: Una especie de país marginal que la geografía había ubicado, por error, en Europa. Tenía golpes de Estado como Chile, inflación como Brasil, exportaba commodities como Venezuela, respetaba los derechos humanos como la Argentina del ’76, pero tenía una monarquía como Holanda. Los coroneles mandaron la familia real de Atenas a Londres, y todos entendieron: Grecia, como República Dominicana, pero sin negros.
Si el golpe de Estado en Honduras fue considerado por algunos un tema poco importante, no hemos visto las mismas reacciones frente a la crisis fiscal de Grecia, a la que se muestra como un ejemplo de lo que puede suceder si se aumenta desmesuradamente el gasto público y además se “maquillan” las cuentas fiscales para disimularlo. Sin entrar en una discusión sobre la mayor o menor relevancia de Honduras frente a Grecia, lo que se debe entender es que el punto no pasa por la cercanía de uno u otro caso con nuestra realidad, sino en lo que se está poniendo sobre la mesa con la difusión de la crisis helénica. Bajo preguntas acerca de si ¿entrará Grecia en cesación de pagos de su deuda soberana? o ¿habrá una nueva Argentina del 2002 en plena Eurozona?, las referencias a la crisis de ese país actúan como una advertencia para todo el mundo.
Esto también se ve en la prensa europea. La crisis griega, a la que se le suman cada vez con mayor insistencia España y Portugal, desplomando las bolsas de valores, y continuando una seguidilla en la que se incluye a Irlanda, Islandia y otras economías de Europa del Este, reactualiza y potencia el sempiterno discurso del ajuste fiscal que fue burlado en forma sistemática durante décadas por casi todas las economías desarrolladas.
Pero la coyuntura mundial ha cambiado súbitamente. Los ya crónicos rojos fiscales en los países ricos se han visto potenciados hasta niveles impensables hace un par de años. Las respuestas a la reciente crisis internacional y los enormes salvatajes organizados para preservar la existencia de muchos de los mayores actores del sistema financiero, han magnificado los ya habituales niveles de déficit público encendiendo enormes luces de alarma: ¿Es posible seguir refinanciando sine die esos crecientes niveles de deuda engordados por el elevado gasto público?
Como ya anunciaban muchos oráculos económicos, si la respuesta es negativa, las perspectivas de ajustes se vuelven cada vez más próximas temporalmente ante el súbito agravamiento del cuadro, y ello aumenta la necesidad de instalar el tema en la agenda política, como lo permite la referencia creciente a la crisis griega. Pues los grandes ajustes que podrían contrarrestar la magnitud de los déficit y el muy fuerte aumento de las deudas públicas, plantean un escenario político de extrema complejidad: con pocos gobiernos dispuestos a aumentar impuestos resta el camino de la reducción del gasto público, incluido el de la seguridad social, que ha logrado durante décadas acotar el problema de la pobreza en los países desarrollados.
Por ello el retorno en fuerza del discurso del ajuste amenaza todo el pacto social que ha estado en la base de la convivencia entre el capitalismo y la democracia en los países desarrollados, y parece prenunciar una nueva etapa de este modo de producción globalizado. La única forma de llevar adelante ese ajuste con gobiernos surgidos de elecciones es instalando en esas sociedades la aceptación de “los sacrificios” que originarán la reducción de sus niveles de gasto público con el consiguiente deterioro de los sistemas de educación, de salud, de sus modernas infraestructuras. Y también el crecimiento del número de pobres a niveles que se creían definitivamente superados, lo que debería suceder en medio de una severa crisis de desempleo, momentáneamente amparada por subsidios masivos.
La experiencia latinoamericana muestra que, incluso con sistemas sociales mucho menos desarrollados, el proceso de deconstrucción de los mismos fue posible luego de severas convulsiones sociales, sean golpes de Estado o procesos inflacionarios o hiperinflacionarios. ¿Es esperable esto en los países ricos? Eso es lo que está en discusión hoy como resultado de la crisis en la que se salvó a bancos y aseguradoras en forma masiva. Determinar quién paga ese ajuste que se vuelve inevitable si se cierra el círculo virtuoso de la refinanciación constante de las deudas públicas, como parece mostrar el aumento del spread que asume la deuda emitida por Atenas frente a la alemana.
No casualmente en la primera línea de fuego aparecen los países gobernados por partidos autoproclamados socialistas, pero no Italia, con números fiscales igual de catastróficos, pero ya enrolada por lo menos discursivamente en la búsqueda del ajuste fiscal, junto a Alemania, Francia o los Estados Unidos. Lo que parece claro es que se requiere que el ajuste suceda en todos los países desarrollados en la misma medida. Que no se presente como una decisión de un gobierno, sino como un imperativo, una realidad evidente que trasciende, como lo hizo en América latina hace ya casi dos décadas, voluntades locales. Por ello la crisis griega, y si no es suficiente advertencia existe el riesgo de que se extienda a otras economías más grandes como la española, es tan relevante. Allí se discute hoy la supervivencia del Estado social en el mundo desarrollado y las formas de una eventual salida del mismo.
Nos vemos
Si el golpe de Estado en Honduras fue considerado por algunos un tema poco importante, no hemos visto las mismas reacciones frente a la crisis fiscal de Grecia, a la que se muestra como un ejemplo de lo que puede suceder si se aumenta desmesuradamente el gasto público y además se “maquillan” las cuentas fiscales para disimularlo. Sin entrar en una discusión sobre la mayor o menor relevancia de Honduras frente a Grecia, lo que se debe entender es que el punto no pasa por la cercanía de uno u otro caso con nuestra realidad, sino en lo que se está poniendo sobre la mesa con la difusión de la crisis helénica. Bajo preguntas acerca de si ¿entrará Grecia en cesación de pagos de su deuda soberana? o ¿habrá una nueva Argentina del 2002 en plena Eurozona?, las referencias a la crisis de ese país actúan como una advertencia para todo el mundo.
Esto también se ve en la prensa europea. La crisis griega, a la que se le suman cada vez con mayor insistencia España y Portugal, desplomando las bolsas de valores, y continuando una seguidilla en la que se incluye a Irlanda, Islandia y otras economías de Europa del Este, reactualiza y potencia el sempiterno discurso del ajuste fiscal que fue burlado en forma sistemática durante décadas por casi todas las economías desarrolladas.
Pero la coyuntura mundial ha cambiado súbitamente. Los ya crónicos rojos fiscales en los países ricos se han visto potenciados hasta niveles impensables hace un par de años. Las respuestas a la reciente crisis internacional y los enormes salvatajes organizados para preservar la existencia de muchos de los mayores actores del sistema financiero, han magnificado los ya habituales niveles de déficit público encendiendo enormes luces de alarma: ¿Es posible seguir refinanciando sine die esos crecientes niveles de deuda engordados por el elevado gasto público?
Como ya anunciaban muchos oráculos económicos, si la respuesta es negativa, las perspectivas de ajustes se vuelven cada vez más próximas temporalmente ante el súbito agravamiento del cuadro, y ello aumenta la necesidad de instalar el tema en la agenda política, como lo permite la referencia creciente a la crisis griega. Pues los grandes ajustes que podrían contrarrestar la magnitud de los déficit y el muy fuerte aumento de las deudas públicas, plantean un escenario político de extrema complejidad: con pocos gobiernos dispuestos a aumentar impuestos resta el camino de la reducción del gasto público, incluido el de la seguridad social, que ha logrado durante décadas acotar el problema de la pobreza en los países desarrollados.
Por ello el retorno en fuerza del discurso del ajuste amenaza todo el pacto social que ha estado en la base de la convivencia entre el capitalismo y la democracia en los países desarrollados, y parece prenunciar una nueva etapa de este modo de producción globalizado. La única forma de llevar adelante ese ajuste con gobiernos surgidos de elecciones es instalando en esas sociedades la aceptación de “los sacrificios” que originarán la reducción de sus niveles de gasto público con el consiguiente deterioro de los sistemas de educación, de salud, de sus modernas infraestructuras. Y también el crecimiento del número de pobres a niveles que se creían definitivamente superados, lo que debería suceder en medio de una severa crisis de desempleo, momentáneamente amparada por subsidios masivos.
La experiencia latinoamericana muestra que, incluso con sistemas sociales mucho menos desarrollados, el proceso de deconstrucción de los mismos fue posible luego de severas convulsiones sociales, sean golpes de Estado o procesos inflacionarios o hiperinflacionarios. ¿Es esperable esto en los países ricos? Eso es lo que está en discusión hoy como resultado de la crisis en la que se salvó a bancos y aseguradoras en forma masiva. Determinar quién paga ese ajuste que se vuelve inevitable si se cierra el círculo virtuoso de la refinanciación constante de las deudas públicas, como parece mostrar el aumento del spread que asume la deuda emitida por Atenas frente a la alemana.
No casualmente en la primera línea de fuego aparecen los países gobernados por partidos autoproclamados socialistas, pero no Italia, con números fiscales igual de catastróficos, pero ya enrolada por lo menos discursivamente en la búsqueda del ajuste fiscal, junto a Alemania, Francia o los Estados Unidos. Lo que parece claro es que se requiere que el ajuste suceda en todos los países desarrollados en la misma medida. Que no se presente como una decisión de un gobierno, sino como un imperativo, una realidad evidente que trasciende, como lo hizo en América latina hace ya casi dos décadas, voluntades locales. Por ello la crisis griega, y si no es suficiente advertencia existe el riesgo de que se extienda a otras economías más grandes como la española, es tan relevante. Allí se discute hoy la supervivencia del Estado social en el mundo desarrollado y las formas de una eventual salida del mismo.
Nos vemos
Fuente: Eleconomista.es, Página12, CASH (Martín Unzue)
Comentarios
Grecia marginal y por error europea? La cultura griega es la base de la occidental (europea). La democracia, sin ir más lejos, es un invento griego.
Si bueno había inflación como en Brásil pero también Italia, golpes como en Chile pero también en España, etc... y hace mucho que dejo de ser un exportador de commodities.
La comparación con Dominicana no se a que vien. Seguramente no se basa en el índice de desarrollo humano en donde GRECIA está 19, justo atrás de Bélgica y Dominicana 90.
Ernestina
Esoperemos nunca embarcarnos en algo como la unidad monetaria europea que hasta no hace mucho usaban como ejemplo aca . Nunca ir a un banco central que no tenga como funcion pimordial defender el empleo antes que el valor de la moneda.
Saludos, gracias por el aporte.
abrazo
Ernestina
mismo acá cuando hablaban del mercosur y la libre circulación del capital de trabajo, yo pensaba..epa!!! no, eso no, me quedo con un acuerdo comercial, con tasas diferenciadas entre los países miembros hasta ahí todo bien, que se pretenda que todos somos una misma cosa...no definitivamente no. saludos muy buen post querido amigo.