El otro yo de Macri

Si de algo no se puede acusar a Abel Posse es de improvisado. Desde muy joven formó sus ideas –tanto políticas, filosóficas y estéticas– de tal modo que, a los 75 años, es un representante acabado del ultramontanismo ilustrado, de aquellos que mixturan ideas reaccionarias con sofisticadas lecturas. Posse es un escritor y diplomático que no duda en defender a militares genocidas con el mismo ímpetu que lo convirtió en traductor del filósofo alemán Martin Heidegger. Un modelo de intelectual derechista que Mauricio Macri conocía de antemano, ya que bien se ocupó Posse de hacer conocer el talante de sus ideas a través de novelas, ensayos y columnas periodísticas. Tanto que Luciano Benjamín Menéndez, uno de los represores símbolos de la última dictadura debido a su ferocidad, no dudó en citarlo como forma de justificar su accionar en el juicio que actualmente se le sigue. Un funcionario que Macri eligió conscientemente y que revela las verdaderas ideas que impulsa su partido y su gobierno, más allá de los consejos de los consultores o de las estrategias de marketing. Se podría asegurar que nada de lo humano le es ajeno a Posse. Por eso es posible rastrear en su obra opiniones sobre los temas más diversos. Veintitrés escarbó en esos textos para profundizar en el perfil ideológico que cobija el hombre elegido por Macri para influir sobre las conciencias de los niños y los jóvenes de la ciudad de Buenos Aires a través del Ministerio de Educación.

La agitada primera mitad de la década del setenta continúa provocando debates apasionados en nuestros días. Sin embargo, ya en 1975 Posse había tomado una posición tajante. En la novela Momento de morir –escrita en Venecia, donde cumplía funciones como cónsul–, el escritor reflejó a través de la ficción su visión personal sobre aquellos años. Su alter ego, Medardo Rabagiati, es un abogado algo pusilánime que observa temeroso los enfrentamientos entre las distintas facciones políticas de la sociedad, que se realizan a través de las armas y el miedo. El combate se produce entre trotzcristianos y ortoleninistas (especie de marxistas cuyas diferencias residen en el grado de delirio y uso del terror) y nacionalmazorqueros. El país, dirigido por el presidente Viganó (una caricatura de Héctor Cámpora), es un caos: una juventud delirante, violenta y expropiadora recorre las calles para instaurar la dictadura del proletariado. La visión paranoica no excluye a las fuerzas de la sinarquía que se disputan la nación. Finalmente Rabagiati se convierte en un líder que repone el orden con el apoyo de las fuerzas armadas y reinstaura la Constitución de 1853. El pavor ante la situación política de entonces y ante la revolución que exuda el libro trae a la memoria del lector aquella frase de Bertolt Brecht: “No hay nada más parecido a un fascista que un pequeñoburgués asustado”.

Posse cumplió sus funciones incluso una vez que la dictadura tomó el poder en 1976. “Entre 1973 y 1979 era secretario y cónsul en la deliciosa Venecia. Me causaría horror haber renunciado y tener que pensar hoy que lo hice por Galimberti y Firmenich”, aseguró ante las críticas por no haber interrumpido esa tarea como forma de protesta ante la dictadura de Videla. Ese mismo tesón puesto en la defensa de los militares represores es el que motivó un repudio en toda la línea a su asunción como ministro porteño. “El gobierno constitucional, en 1975, ordenó a las Fuerzas Armadas aniquilar (sic) a la guerrilla, con la aprobación y la firma de sus máximos dirigentes, que pertenecían al mismo partido que hoy, treinta años después, apaña al residuo de subversivos, los destaca casi como personalidades morales, los acoge en el Gobierno y hasta les paga una abundante indemnización por las molestias causadas”, escribió. Debe notarse que “las molestias causadas” a las que se refiere son ni más ni menos que las detenciones ilegales, la tortura, el secuestro de niños y la desaparición de aquellos “subversivos”. “A la vez se busca mantener ilegítimamente encarcelados a los militares que cumplieron el mandato del gobierno peronista, logrando desarticular la guerrilla en apenas diez meses”, agrega. Toda una radiografía del pensamiento reaccionario.

Posse estima que los procesos y encarcelamientos de represores son “un ejercicio de venganza disfrazada de justicia”. Tal vez funde su opinión en la valoración que hace sobre las Fuerzas Armadas: “Serán garantes de la unión nacional, de la integración de Nación ante cualquier desborde secesionista provincial”, augura. Esa obstinación militar lo lleva a plantear, contra toda opinión autorizada sobre el tema, que la guerra de las Malvinas “fue una operación militarmente admirable”.

En la otra vereda se encuentran sus valoraciones sobre todo aquello que huela a izquierda, que lo lleva a realizar afiebradas definiciones que solían escucharse en los reductos más extremos de los apologistas de la Guerra Fría. De esa manera, atribuye al matrimonio Kirchner el haber impuesto “una visión troscoleninista de demoler las instituciones militares y policiales”. En su libro Argentina, el gran viraje, sigue: “Los que se alzaron en armas para imponer la patria socialista se nos proponen como celadores de los Derechos Humanos y de las costumbres democráticas. (...) Abandonaron a sus hijos en la lucha. Iniciaron la guerra, pero en vez de pelear se entregaron sin luchar. Aparecieron en México, Venezuela, Suecia, España o París, iniciándose en el llanto sinfónico, internacional, de sus desdichas y acusando la crueldad represiva. (...) Bastaba un suboficial de la SIDE represiva, guía telefónica en mano, para que con un par de llamadas amenazadoras, el combatiente o ‘militante’ apareciera al día siguiente en su puesto en el exilio”. Posse, sin embargo, tiene una rara manera de “elogiar” a la izquierda: atribuye a los bolcheviques la baja en la edad de la imputabilidad que él mismo propone en doce años, pero omite decir que, según sus fuentes, este hecho habría sucedido en la URSS de 1932, cuando el estalinismo y su política de regresión de los derechos ganados con la revolución de octubre se encontraba en pleno auge.

Una visión exaltadora del pasado retorna constantemente en su prosa. Posse insiste con el mito de una Argentina que lideraba al mundo y que se codeaba, en el imperio de las naciones, con las que luego integraron el en ese entonces no fundado G7. “A partir de 1920, sobre todo con el apogeo de Alvear, estábamos entre los más poderosos del mundo”, escribió en La santa locura de los argentinos. Sin embargo, parece haber sucumbido al hechizo del peronismo, a la mitología que protagoniza Eva Perón y al rumor que aún se escucha de los obreros movilizados aquel 17 de octubre (llegó a escribir una biografía de Evita). Sin embargo, a pesar de todo, su visión política pertenece al ámbito de la ortodoxia derechista y la económica se caracteriza por sus coincidencias con el liberalismo. Pero liberalismo económico, claro, no aquel que se refiere a las costumbres. El ministro de Educación, que debería tener una visión actual de la juventud, declaró: “Hoy vemos la degradación familiar, padres que no controlan a sus hijos, jóvenes drogados y estupidizados por el rock”. Tal vez por eso, en el único texto donde se propone algunas líneas de acción educativa, sugiere: “Esta batalla suprema exige reaccionar sin cobardías ante la invasión audiovisual subculturizadora. Esos productos nefastos deberán expulsarse y sustituirse con la producción nacional y continental adecuada”. Un furibundo rechazo al rock que denota una incomprensión severa de la juventud.

Admirador de Borges, Heidegger, embajador en varios destinos –incluso, bajo el menemismo, en el Perú, donde defendió con ahínco al gobierno de Fujimori, quien hoy se encuentra preso por sus crímenes (“Había vencido a la guerrilla más virulenta y detenido a la mafia de las drogas, un gobierno con un extraordinario récord de logros”, escribió en 2003)–, Posse es una expresión rancia y honesta de ideologías que se acercan al poder de la mano de Macri y sus socios que, tal vez, decidan por una cuestión de imagen no dar rienda suelta a sus bajos instintos políticos. El rechazo a la designación de Posse como titular de la cartera educativa porteña –persona que dictamina los caminos que recorrerán los niños y los jóvenes en la adquisición de sus conciencias– atravesó todo el arco social y político. Cuánto tiempo más podría sostenerlo Macri en su puesto es la pregunta que se hacia toda una sociedad, hoy ya no esta y dice Me fui por el muro gremial.

Nos vemos


Fuente: Veintitrés

Comentarios

Unknown ha dicho que…
En lo personal estoy muy contento que se haya ido, más, creo que no debió ser nombrado por Macri, aunque esto ya es harina de otro costal.

Muchas Felicidades cro!!!

Adal

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