Galletitas e inversiones extranjeras

Verboamérica publicó este post nostálgico de una Argentina nuestra; comenté que era impecable y triste porque vienen a mi tantos recuerdos de la industria nacional, tantas realidades perdidas por el tsunami neoliberal.

El conflicto abierto desde hace más de un mes entre la empresa de capitales norteamericanos Kraft Foods y sus trabajadores puede ser analizado, más allá del reclamo obrero, en particular, y del avance de las negociaciones entre las partes, desde una serie de miradas que parecen haber quedado ausentes en el tratamiento periodístico del hecho.

Una de esas posibles miradas laterales a este conflicto es la relativa al rol del capital extranjero en nuestra economía. En este sentido, no se debería pasar por alto el hecho de que se esté hablando de una empresa multinacional, que está instalada en nuestro país como parte de la venta de una tradicional compañía alimenticia de capital nacional: Terrabusi. La venta de esta última a manos privadas extranjeras durante la década del ’90 puede ser considerada como uno de los más simbólicos procesos de desnacionalización del aparato productivo privado local.

Sin embargo, a pesar de la profundidad del proceso, y su continuidad en el tiempo hasta el presente, es altamente llamativa la ausencia total de debate público sobre el rol y los beneficios del capital extranjero en el desarrollo económico y la calidad de vida de nuestra población.

Ello, dado que el progresivo e incesante incremento del capital extranjero en el control de vastos sectores productivos de nuestra economía no se ha correspondido, en la misma y justa medida, con un debate acerca de dicho proceso y sus supuestos beneficios. Por el contrario, es común escuchar de boca de nuestra dirigencia (salvo escasas excepciones) un permanente llamado a la necesidad de volver “atractivo” nuestro país para la radicación de la inversión extranjera directa (IED). Pero ¿a qué se hace referencia cuando se dice que debemos ser “atractivos”? ¿Qué es lo “atractivo” de un país, de su economía, de su marco legal, de su clase obrera, de su organización sindical, evaluados desde la óptica de una empresa multinacional? ¿Qué debemos ofrecer (resignar) para volvernos “atractivos”? ¿Y a cambio de qué?

Éstas y muchas otras preguntas son las que parecen estar prácticamente ausentes en el debate público. Y cuando este asunto, fugazmente, se convierte en materia de análisis, en general, recibimos como toda respuesta dos datos que parecen hacer innecesaria toda discusión posterior: la cifra en millones de dólares que la empresa en cuestión está dispuesta a invertir en nuestro suelo y la cantidad de puestos de trabajo que esa inversión generará. Es decir, se nos habla e ilusiona con mucho dinero y promesas de trabajo. Ahora bien, ¿alcanza con ello para sellar la discusión?

Creo que no. No sólo porque esas cifras actúan muchas veces como contratara de otros costados o efectos de la radicación de la IED, sino también porque suelen encubrir omisiones importantes. Así, cuando se publicita que tal empresa invertirá tantos millones de dólares para abrir una filial local y, por lo tanto, traerá o aportará esas divisas a la economía nacional, a menudo se “olvida” mencionar que esa firma, a partir del momento en que comience a obtener beneficios, es muy probable que inicie un permanente giro de utilidades hacia su casa matriz. Lo cual supondrá una constante salida de divisas desde la economía local.

Es interesante ver, en este aspecto, cómo ciertos sectores de los medios de comunicación suelen alertar sobre la fuga de capitales que sufre nuestra economía. Sin embargo, es poco común que en ese análisis discrimine qué parte de esa fuga corresponde, en realidad, al constante giro de utilidades que las firmas extranjeras hacen hacia el exterior. De más está decir que esos mismos medios suelen formar parte de aquellos sectores que abogan por la necesidad de atraer la IED hacia nuestro país.

Los crónicos problemas de balanza de pagos sufridos por nuestra economía a lo largo de varias décadas deberían hacer aún más necesaria dicha discusión. En cuanto al otro supuesto beneficio inherente de la IED, esto es, la creación de puestos de trabajo, la problemática actual en Kraft Foods revela un ejemplo clarificador. Allí trabaja más de un millar de trabajadores, pero ¿sólo es cuestión de cantidad de trabajo o también de su calidad?

Si tomamos en cuenta que el problema se inició cuando la firma estadounidense se negó a poner en práctica mínimas condiciones de higiene y salubridad en medio de la epidemia de gripe A, se nos plantea una vez más la cuestión sobre la IED y la calidad de vida y trabajo de nuestra población. En particular, al problema de la defensa y el respeto de derechos laborales adquiridos por el movimiento obrero argentino durante el último medio siglo. Ello, en el contexto de la profunda flexibilización laboral sufrida desde los años ’90 y en el marco de un fuerte proceso de desnacionalización de la economía nacional.

En este sentido, son muchos otros los aspectos involucrados al momento de analizar el rol del capital extranjero en la economía local –y que suelen estar ausentes en los relatos cotidianos–, a saber: el vínculo establecido entre una multinacional y los proveedores locales o extranjeros, el aporte o desarrollo de tecnología local o importada, el carácter exportador o mercado-internista de la producción, el diseño local o extranjero de sus productos, el nivel salarial en comparación con el de sus casas matrices, etcétera.

Creemos que es momento, pues, de poner en cuestión el falso consenso sobre las bondades per se de la IED y fomentar un serio y constructivo debate público sobre la cuestión. No se trata, por cierto, de adoptar una postura crítica y radical en contra del capital extranjero, que suele aportar ciertos beneficios para el desarrollo del país. Pero sí recordar, por ejemplo, que países que hoy están a la cabeza del desarrollo económico y tecnológico del mundo, como Japón o Corea del Sur, impusieron fuertes regulaciones y condicionamientos a la radicación de IED cuando iniciaron su camino hacia la industrialización.

Sería ampliamente saludable que nuestro país se permita, como en el caso de la Ley de Medios de Comunicación Audiovisual, un enriquecedor debate acerca de los costos y beneficios de la llegada e implantación del capital extranjero.

Nos vemos






Aporte: Matías Rohmer, BAE

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Me encantó el análisis compañero Claudio tiene de todo y aborda todas las preguntas que es verdad que deberíamos plantearnos. Hasta que estén dadas las condiciones de estos planteos de manera seria y sin mentirnos, me queda clarísimo que las multinacionales tienen que mirar, observar, que este país no es conveniente para venir a negrear trabajadores...no importa qué digan los gobiernos, cualquiera sea...que lo demuestren los trabajadores...
Saludos compañero!!!
ram ha dicho que…
Quizás habría que empezar por definir mejor eso de "inversión", hasta acá lo que hubo y hay es compra de fábricas y empresas que ya estaban y donde lo "invertido" solo fue al bolsillo del vendedor, que ni paga impuestos por ese negocio.
Podría llamarse inversión con más justicia si se formaran nuevas empresas, se instalaran fábricas o incluso armadurías - todas cosas que tendrían sentido en tanto crearían empleo y actividad económica extra.
Este tipo de "inversión" es un cambio de manos sobre lo existente y nuevos condicionamientos para cualquier política económica medianamente autónoma del país.
Saludos.

ram