El orígen de las crisis

¿Por qué se producen las crisis económicas y financieras? ¿Por qué son periódicas? ¿Acaso son imprevisibles? Y si se pueden prever, ¿por qué no se las anticipa con medidas específicas? Muchas preguntas, pocas respuestas, aunque se pueden intentar algunas aproximaciones sin otra expectativa que alimentar el interés por estos interrogantes.

La primera es que los gobiernos hacen política para generar, mantener, reproducir y aumentar el dinero de los dueños de los medios de producción, vulgo capitalista, tanto como para recrear y multiplicar la apropiación de plusvalía (condición necesaria para materializar las ganancias) y para seguir capitalizando beneficios (económicos) y poder (político) en una escala cada vez mayor. Excepto en los discursos, no hay objetivos superiores, ya que, más allá de alguna excepción, del otro lado de esa frontera empieza la metafísica.

Las conquistas de los trabajadores (jornada de 8 horas, aguinaldo, vacaciones) son eso: conquistas arrancadas al capital o bien concesiones de los capitalistas para evitar males mayores, sobre todo cuando competía con el comunismo. Esta lógica defensiva explica todas las políticas reformistas de origen socialcristiano, socialdemócrata, humanista, etcétera.

En una sociedad capitalista, ¿es parte de sus condiciones de existencia la dinámica interna que lleva al advenimiento de crisis periódicas? Lo curioso es que provocan pérdidas inmensas de dinero, de empleos, de propiedades, de poder, a la par que generan un aumento de la concentración del capital. En consecuencia, ¿son las crisis una condición sine qua non del capitalismo, o pueden ser evitadas? En términos socioeconómicos esta inquietud es tan importante como preguntarle a la medicina si el Alzheimer o el Mal de Parkinson tienen cura.

Y la respuesta es que no tiene cura porque esas enfermedades, en primer término, son bastante más graves que una gripe. Dicho de otro modo, la crisis es una necesidad estructural del capitalismo dado el apetito insaciable de ganancias obtenidas dentro de la ley o fuera de ella, a como dé lugar, ignorando límites y restricciones, que le permite a la especulación, por ejemplo, alcanzar cotas de audacia e irresponsabilidad prácticamente ilimitadas. Para comprobarlo basta recorrer el camino de las hipotecas subprime desde su aparición hasta el desencadenamiento de la crisis. La falta de límite es la que finalmente provoca el límite mayor: la crisis financiera y luego la crisis económica generalizada.

Además, ¿quién hace las leyes? Las hacen los dueños del poder, que son los propios capitalistas o los políticos que actúan en su nombre, que también devienen en capitalistas. Y si no lo son al inicio de sus mandatos, casi seguramente lo serán una vez que aquellos hayan concluido.

En el capitalismo conviven valores reales y valores simbólicos. Cuando la relación entre ambos excede cierto límite se enciende un semáforo amarillo. Nadie hace nada (porque no quiere o porque no puede) y el globo continúa inflándose hasta que revienta. Cuando empezó la crisis actual la relación entre el globo de los bienes simbólicos (la suma de acciones, títulos, bonos, dinero; en suma, papeles) era de 15 a 1 respecto de los valores reales (casas, campos, máquinas; en fin, el PBI mundial). En cifras del Banco Mundial, a fines de junio había llegado a una proporción de 16,5 a 1, producto de la emisión en gran escala para financiar los multimillonarios rescates financieros.

En una proporción relativamente sana, el globo de los valores simbólicos no puede tener más de 3 o 4 veces el tamaño del que representa a los valores reales. Pero ocurre que el capital financiero, que es la fracción dominante del capitalismo desde los primeros años ’80, cuando fue promovido por Ronald Reagan y Margareth Thatcher, permite una tasa de ganancia muy superior a la que se obtiene en la actividad industrial. Obsérvense los salarios relativos del director de un banco y de su equivalente en una empresa industrial o de servicios y se verá que la diferencia a favor del primero no es casual sino estructural.

Las maniobras con el dinero generan mayores ganancias que la producción de hombres y máquinas. Así las cosas, el capitalismo sólo tiene una herramienta para pinchar periódicamente el globo de los valores simbólicos y retrotraer las cosas a una proporción de estabilidad relativa. Esa herramienta es la crisis económico-financiera.

La conclusión es que las crisis son inevitables y necesarias como los incendios forestales, porque, como éstos, queman la paja seca para que crezca el pasto nuevo. Efectivamente, las crisis son enormes hogueras donde se quema el capital presunto, simbólico, ficticio. Y lo que se salva del incendio son los valores reales, que se multiplican y concentran. Desde hace 500 años ésta es la historia del capitalismo. Los incendios forestales existen en la naturaleza desde hace millones de años, pero el capitalismo es un producto humano. No parece, al menos en esta etapa de la evolución, que el hombre esté en condiciones de darse otra forma de vida. Por eso no sabemos cuándo terminará esta crisis, aunque sí sabemos que no será la última.

Nos vemos.


Fuente: Norberto Colominas, BAE

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