El sistema y cultura sanitaria

Hoy se cumplen exactamente dos meses desde que se detectó la primera persona infectada con el virus N1H1 en la Argentina. Pero parece que la dimensión real de la pandemia empieza a tomar cuerpo a partir del lunes 29 de junio, con la renuncia de la ministra Graciela Ocaña. Hasta entonces, cuando los Médicos sin Banderas, entre otras entidades, con o sin intereses subalternos, hablaban de cien mil infectados, el dato producía escozor en algunos funcionarios que no sabían si era más importante encarar un plan nacional de salud o hacer el cálculo político de cuánto costaba cambiar un ministro y, además, alertar sobre la gravedad de la situación. Que quizá no sea tanta, ni tan poca, porque la cuestión no era de cantidad –de daño político o de miedo en la población– sino de calidad, específicamente de calidad sanitaria. Y Juan Manzur dio una cifra –cien mil– que para neófitos –entre los cuales está quien escribe estas líneas– no dice mucho, pero deja en claro que la proyección de enfermos es más que el registro de personas a quienes se les confirmó la gripe A y están en tratamiento.

Lo de Manzur probablemente va a quedar como el giro dado por el Estado para encarar esta pandemia. Tal vez no tanto por los méritos personales del nuevo ministro sino porque es evidente que recibió el respaldo presidencial para algo tantas veces reclamado: la implementación de políticas de Estado. Esto es, crear ámbitos de análisis y de intercambio de ideas, pero sobre todo que sean capaces de decidir y que cuenten con los recursos necesarios para articular el Ejecutivo nacional con los estados federales. Por caso, esta vez, el Gobierno nacional reasignó recursos, quitó en determinadas áreas y las aplicó a esta emergencia.

Si, como dijo el ministro Manzur ayer al finalizar la reunión del Consejo Federal de Salud, nueve de cada diez casos de gripe son del tipo A, es imprescindible evitar los contagios; es decir, la sociabilidad. Aun para los legos, está claro que las orientaciones de las autoridades sanitarias ahora son tratar a quienes presenten síntomas gripales con oseltamivir, la droga que no sólo fabrica laboratorios Roche bajo en nombre de Tamiflú –esta última es una marca comercial, otros laboratorios que están fabricando remedios con esa droga–. Es decir, basta que una persona presente síntomas clínicos para que los médicos inicien el tratamiento.

Si los especialistas consideran que es preciso suspender clases y espectáculos públicos es evidente que no estamos ante un virus benévolo. Por eso, sería preciso unificar criterios en otras dependencias. Por ejemplo, las cárceles. De acuerdo con información brindada por funcionarios del Servicio Penitenciario Federal, el 60% de los alrededor de 60.000 presos que hay en el país, están en prisiones ubicadas en la Ciudad y en los alrededores de la provincia de Buenos Aires, donde hay una gran cantidad de enfermos. Se sabe, el hacinamiento, más el HIV y otras enfermedades hablan de una población especialmente expuesta al contagio. Ya mismo, las autoridades sanitarias deberían tener protocolos no sólo para todos los profesionales, trabajadores y pacientes de unidades sanitarias –públicas y privadas– sino que también deberían tener un programa específico para la población carcelaria, incluido el personal penitenciario. Y también deberían tener reportes de lugares donde el conglomerado de gente es grande. No sólo en el transporte público –por ejemplo Metrovías retacea información o su oficina de Prensa no la brinda– sino en los bingos y las salas de juego. En cuanto a las salas de juego, está claro que un ludópata no va a pensar que es más importante la gripe que su compulsión al juego y, además, los empresarios no van a dejar de ganar plata por pura filantropía: se necesita una decisión de la autoridad pública.

Por último, cuando un país enfrenta una situación de esta naturaleza, hay que dejar los eufemismos de lado. No puede ser que, para muchos, la suspensión de las clases sean tomadas como vacaciones expandidas o que el problema es que los chicos se ponen cargosos. Todavía, en este país, muchos hablan del “mercado de la salud”, que en momentos de pandemia debería ser el mercado de la muerte. Y no. Un viejo y antipático refrán dice: lo que no mata fortalece. En este caso, hoy, los medios de comunicación del mundo, van a estar encandilados con el funeral del Rey del Pop. Pocos, casi ninguno, se detendrán en que Michael Jackson se fue destruyendo con drogas y que a miles y miles del millón de fans que quisieron tener tickets para darle el último adiós no les preocupa que Jackson haya convertido su vida en un calvario. No les interesa la salud, no registran qué es lo sano y lo enfermo. Por eso, a los chicos, a los grandes, a los políticos, a los presos, a las madres y a todos nosotros, este momento, dramático, nos debería servir para cuidarnos y cuidar a los otros.

Nos vemos.


Fuente: El Argentino

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