Diálogo e intereses en pugna

Distensión. Diálogo. Amabilidad. Las palabras que esta semana encandilan a buena parte del elenco de comentaristas políticos. Y nadie, con un mínimo de sensatez, puede pensar la democracia sin componentes de respeto y buen trato. Si algo permitió al kirchnerismo, más allá de valoraciones de estilos, permanecer durante tantos años como el eje articulador de la vida política, fue precisamente su apego al buen trato: no impulsó la judicialización de la protesta, menos que menos aceptó la represión de los conflictos y sólo intervino una provincia –Santiago del Estero– para convocar de inmediato a elecciones. Y fueron unos comicios adversos –limpios pese a las advertencias previas de los opositores– los que impulsaron al gobierno de Cristina Kirchner a convocar a los partidos opositores. Medida saludable, por supuesto. Saber que entró a la Casa Rosada un demócrata perseguido como Hipólito Solari Yrigoyen, para ser escuchado, es una tranquilidad. O una militante consagrada, que no escucha consejos tremendistas –pese a que Elisa Carrió la califique de traidora– como Margarita Stolbizer.

Lo mismo puede decirse del intendente de Rosario, el socialista Miguel Lifschitz. Sin duda, este primer paso del ministro del Interior, Florencio Randazzo, fue bueno. Difirió de lo que tenía previsto 48 horas antes –una convocatoria de 10 partidos– pero la causa fue más que razonable: Gerardo Morales, número uno de la UCR, dijo que así, a granel, no era la manera de jerarquizar al principal “espacio” opositor. Lo de “espacio” se debe a que el Acuerdo Cívico fue apenas una coalición electoral, que mientras Elisa Carrió formó parte de ella podría llamársela “pan-radical más socialistas”. Pero la líder de la Coalición Cívica dio un portazo al diálogo y se fue de vacaciones por tres semanas, con lo cual es difícil evaluar cómo se tramita este paso, al menos al interior del nucleamiento cuyas caras visibles ahora serán Morales, Stolbizer y los dos “presidenciables” que no estuvieron: Hermes Binner y Julio Cobos.

Más allá de los gestos, que sin duda hacen a la esencia de la política, este frente radical-socialista no se sentirá a gusto con el mote de ser representantes de la derecha. Y por la tradición de muchos de sus dirigentes, sin duda les puede resultar una afrenta. Sin embargo, el diálogo es para que las cosas se expresen con la menor cantidad de subterfugios posibles. Durante el conflicto de la Resolución 125, Cobos y Binner fueron un respaldo clave para el complejo agroalimentario exportador. No fueron los únicos, porque los senadores Roberto Urquía y Carlos Reutemann, alineados con el kirchnerismo, no dudaron en defender los intereses sojeros que, en definitiva, era defender sus propias empresas.

El cordobés Urquía porque es titular de Aceitera General Deheza, que con beneficios estatales pudo extenderse a otros sectores y consolidar más poderío económico. Reutemann porque más que sus propias tierras vio la posibilidad de ser un genuino representante del conglomerado sojero de la pampa húmeda y, al mismo tiempo, el líder de un peronismo que no pierda base popular pero que articule, a través de él mismo, con los intereses agropecuarios y, por vía de otros gobernadores, con los intereses mineros y petroleros que, desde los noventa, con la provincialización de las regalías, tiene a las grandes empresas primero haciendo amistades en los estados federales antes que en las oficinas de la Capital.

Para nombrar a un peronista más que es interlocutor cabal de intereses importantes, ahí está Mario Das Neves, el chubutense de fuertes vínculos con las empresas petroleras. Una figura que no tiene popularidad cero, como fue el caso del neuquino Jorge Sobisch, autor intelectual de la muerte del maestro Carlos Fuentealba y, desde entonces, un cadáver político.

En síntesis, si de reforma política se trata, conviene, a la hora del diagnóstico, reconocer que las dos grandes fuerzas nacionales –desdibujadas en la base y la conducción– están atravesadas por los intereses más concentrados. Y, más allá de valoraciones de estilos y de errores que llevaron al oficialismo a perder fuerza el pasado 28 de junio, esas empresas quieren hacer retroceder el modelo económico vigente. Porque, aunque no saldó “las deudas sociales”, oxigenó la producción nacional, estimuló la obra pública, dio empleo y jugó a fondo con la demanda interna vía el aumento de los ingresos de buena parte de los asalariados. Quedará para un análisis posterior evaluar cómo operó la concentración de la riqueza, cómo aumentó la brecha entre el 10% más rico y el 10% más pobre de la población y cuánto les toca a los asalariados en el reparto de la torta, entre otros datos que permiten cuantificar resultados.

Pero, a los Das Neves, Reutemann, Binner y Cobos se les suman Francisco De Narváez y Mauricio Macri que expresan ya no una tradición política conservadora –aunque también abrevan en ese sector–, sino un experimento que cobra fuerza en el continente: los supermillonarios que aspiran a la presidencia. Fue el caso del ecuatoriano Álvaro Noboa, que estuvo a poco de ganar elecciones hasta que se impuso Rafael Correa. Es el caso del empresario chileno Sebastián Piñera –dueño de Lan entre otras compañías– que lidera la oposición de cara a las elecciones de fin de año, ya que la socialista Michelle Bachelet termina su mandato en marzo de 2010 sin posibilidad de reelección.

El diálogo no tiene un final anunciado. Tiene, por ahora, un impulso y muchos interlocutores muy dispuestos a jugarse por los tradicionales dueños del poder. ¿Habrá espacio para los otros? ¿Estos otros, los postergados, sabrán construir sus propias representaciones para que sus intereses no sean vencidos?

Nos vemos


Fuente: El Argentino

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