El efecto de gran cuñado

Evangelina Perez Aramburu
Lic. en Sociología

En estos días rondan las más variadas hipótesis en torno del potencial condicionamiento de Gran Cuñado en el voto de las personas para las elecciones del 28 de junio. La pregunta es: ¿influyen las formas en que se presentan caricaturizados los candidatos en la intención de voto de los ciudadanos? Los análisis oscilan entre dos extremos. Uno considera que la forma en que son presentados los candidatos influye en la imagen que el votante va formándose de los mismos, llegando al punto de considerar que los eliminados son los menos legitimados políticamente. El otro entiende que el efecto en el electorado es prácticamente nulo en cuanto a intención de voto. Ahora bien, dentro de estas “hipótesis” extremas (no se encuentran verificadas en la realidad de los hechos) existen ciertos grises.

A priori, y a fin de dar luz sobre el tema, habría que considerar dos cuestiones contextuales importantes, que enmarcan el desarrollo de este fenómeno mediático de masas. Por un lado, la televisión es uno de los principales medios por los cuales la gente se informa, por sobre otros medios, siendo cada vez más la política un fenómeno “mass mediático”. A su vez, mucha gente no se interesa por temas políticos debido a un proceso de despolitización o apatía política (desinformación y/o desinterés). En este contexto, Gran Cuñado, uno de los programas de mayor rating del país, mediante un escenario político ficticio, acerca la vida política y la contienda electoral a los ciudadanos.

Ello afecta directamente una de las cuestiones básicas al momento de votar: el conocimiento de los candidatos, tema de fundamental importancia dado que los referentes políticos, para que logren ser votados, primero tienen que ser conocidos, y este papel se cumple con creces debido a que casi 3 millones de personas miran este programa (sin considerar el efecto multiplicador por la retransmisión permanente en diversos programas). De esta forma, a partir de considerar este fenómeno, se entiende que el efecto de Gran Cuñado no estaría lejos de ser nulo.

Ahora bien, este humor político, y el arreglo de cada personaje con sus gestos, imágenes, cliyés, no son una cuestión menor ya que configuran simbólicamente cierta imagen (cuestión que al igual que el conocimiento de los políticos no es menor) de los mismos. Cabe decir al respecto que si bien no se puede establecer fácticamente que determinada amabilidad de las caricaturas tengan una correlación directa con una intención de voto positiva por dicha forma, como mínimo establecen un determinado prisma de cómo ver e interpretar cada político. Esta idea de cierto condicionamiento se puede llevar al extremo cuando se relevan opiniones provenientes del mismo conductor del programa: “Tantos años de éxito en la televisión, con programas exitosos, a uno le dan un poder, yo sé que lo que decimos nosotros en el programa tiene poder, cualquier caracterización que nosotros hacemos política, mueve cosas”[…] “que nosotros fuimos los que posibilitamos que se cayera el gobierno de Fernando de la Rúa […] bueno, puede ser” […] “el presidente Menem antes de las elecciones del 95 y yo sentí el lunes que le había dado una mano muy grande estando ahí en el programa el último día”.

Este tipo de afirmaciones trasluce cierta idea de considerar a las personas como un conjunto homogéneo, pasivo y aislado de su propio contexto sociocultural, susceptibles de rendirse ante el poder de las caricaturas por más irracionales que pudieran llegar a ser. En contraria tesitura a una postura tan extrema, se deberían considerar algunos factores que sumergirían dichas afirmaciones e ideas en una realidad más compleja relacionada con el entorno sociocultural de las personas en el cual se da este fenómeno mediático. Al menos, resulta cuestionable suponer que los diferentes grupos sociales se verán influenciados en igual dirección y similar proporción por la forma en que se presenten los candidatos. Tal vez se tendería a pensar que resulta mayormente influenciable la gente con menor nivel de instrucción, pero sería muy ingenuo descartar el peso que tienen variables como el empleo, el salario y las políticas sociales –entre otros– que experimentan cotidianamente los mismos y que conforman parte de la estructura motivacional del voto.

Entendiendo que los extremos resultan de dudosa verificabilidad, vayamos a los grises. La presentación de cada candidato, más allá del humor, puede entenderse en términos del impacto potencial sobre la decisión del votante, en un plano ya más asociado al marketing político cuyo fin último es atraer votantes para ganar elecciones (en un escenario ficticio, pero marketing político al fin). Mostrar de manera más o menos atractiva a los diferentes participantes, con tratamientos asimétricos (hay algunos que resultan realmente desfavorecidos), puede llevar a suponer cierta intencionalidad en los mensajes y la necesidad de ejercer cierto poder de persuasión desde cada caricatura. En este punto cabría destacar ciertas posibilidades de suceso en la intención de voto de los ciudadanos: que la persuasión influya de manera que cambie intenciones (de pensar en votar a un candidato, que se vote a otro); que refuerce o fortalezca intenciones existentes; que forme una respuesta (la decisión del indeciso); que active (llevar a quienes ya mantienen la actitud deseada a que actúen según su dictado) o que desactive (hacer que la gente pierda interés). Si bien la idea más naturalizada de los impactos de la persuasión se relacionan con el cambio en las intenciones de voto, ésta es sólo una manera de influir en las respuestas de las personas (y corroborado que no la más fuerte). Los casos relacionados con la influencia que la persuasión puede tener en los indecisos o en los que ya tienen una decisión tomada y se intenta reforzar, devienen una franja potencial y de fundamental importancia en los intentos de persuasión electoral.

Así, la respuesta al título de este ensayo entiende que si bien no se puede subestimar lo activo de la ciudadanía, considerando que la estructura motivacional del voto es más compleja que la fantasía o ficción de un estudio de televisión, tampoco se puede desestimar los potenciales impactos en cuanto al conocimiento y seducción que provoquen estas caricaturas. La seudocontienda electoral desarrollada en Gran Cuñado, a días de las elecciones legislativas, también puede entenderse como un ritual de persuasión, con sus estrategias de comunicación más o menos sofisticadas, en las que se mezclan personalidades y cuestiones políticas caricaturizadas. En otras palabras, se considera que es muy posible que Gran Cuñado carezca de la capacidad necesaria para indicarle a la gente cómo debe pensar, pero sí es factible que contribuya a conformar cierta imagen de los candidatos, tal vez en mayor medida en la franja de indecisos. Buen intento de persuasión con mensajes premeditados, restaría corroborar fácticamente en cuánto.

Nos vemos

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