Los miedos de Binner: lenguaje, política y violencia
Después del nuevo ataque que exaltados ruralistas (y no ruralistas, algunos, funcionarios de Binner) le propinaron al diputado nacional Agustín Rossi por el sólo hecho de pensar diferente, uno de los costados a analizar es el lenguaje que rige no sólo a este episodio sino a la gran puja que la agresión simboliza, esto es la disputa de la renta agropecuaria. Nada de “escrache”, por ejemplo, esto es un violento ataque. Nada de productores autoconvocados; cuando le pegan a una persona, cuando destruyen la propiedad ajena, cuando avanzan sobre derechos de terceros, el Código Penal tiene previstas otras figuras que superan ese eufemismo mediático. Pero por encima de todo, lo que cabe es preguntarse por los sugestivos silencios institucionales frente al ataque. Ni el gobernador Hermes Binner, ni los tres senadores nacionales santafesinos, ni los partidos políticos con representación parlamentaria en la provincia emitieron un rechazo público inmediato. Podrán hacerlo ahora, a casi 48 horas, y será bienvenido, pero será tarde y a quienes lo hagan no les deberá extrañar que se los coloque a la derecha de Francisco Diavolo De Narváez, Mauricio Macri o Al Fondo Prat Gay, quienes sí salieron, con distintos tonos e intereses, a repudiar el atentado. Cayéndose del sistema, Hugo Biolcati justificó la emboscada, pero parece poco mérito tenerlo a él solo sentado a la derecha.
Una posible clave para entender los procesos políticos en el marco de la democracia liberal es observar la relación que mantienen los gobiernos con los poderes reales o establishment. La mayoría de las veces el primero respeta y admira demasiado a los segundos, tanto que termina asociándose con ellos y gobernando a favor de sus intereses, lo cual le da a esa relación un sentido práctico y de mutuo beneficio (ya sea económico, político, o ambos). La confrontación es otra posibilidad. Algunos gobiernos intentan enfrentar al establishment con más o menos grado de convicción, para equilibrar escenarios o para transformarlos. En otras oportunidades, el miedo define a los gobiernos en su mirada hacia los poderes establecidos. El gobierno teme al poder, le aterra pensar en las consecuencias de que éste se enoje con sus actos de gestión y eso, claro, haga metástasis hacia el electorado. El gobernante trémulo, el que rige y dirige a partir del miedo, al fin y al cabo lleva a delante una práctica hitleriana, diferente a la política de “mano dura” pero similar en sus consecuencias. Se sabe, el miedo es contagioso, y cuando la sociedad percibe que sus dirigentes le temen a los poderes fácticos, el sistema entra en el punto de cocción que prefiere el fascismo.
Y algo a aclarar, en términos de lenguaje y símbolos: los ejemplos de prácticas hitlerianas que no conllevan genocidio se extienden a lo largo y ancho del planeta, por lo que definir así las prácticas en Guantánamo y Abu Ghraib, por ejemplo, no debería conmover a nadie más que a los directamente involucrados y éstos no deberían escandalizarse.
Aunque ya ha habido pruebas indisimulables de que la relación entre el gobierno provincial y la representación santafesina en el Senado nacional con la Mesa de Enlace es óptima, cabe preguntar: ¿Cuánto le temen las principales cabezas institucionales santafesinas al poder sojero? ¿Cuántas de sus acciones están condicionadas por ese temor? ¿Cuánto de ese miedo viene imperando en los tonos y estilo de la campaña política en Santa Fe? ¿Cuánto de todo eso debe importar cuando llega la hora de los bollos, el ataque y la patota? ¿Cómo no ser cómplice de los atacantes si al ataque se lo denomina escrache?
Como bien lo señala una columna del diario La Capital de este domingo hay “silencios que avalan” un tipo de accionar como el perpetrado por los energúmenos de Reconquista y quienes los precedieron en Laguna Paiva. Allí se menciona a Carlos Reutemann y a Rubén Giustiniani como ausentes a la hora de repudiar la agresión. Ambos son candidatos a renovar sus bancas, y la responsabilidad que les compete hoy en términos institucionales no es menor a la que los obliga, junto a la otra integrante de la Cámara Alta, Roxana Latorre, a poner abundante distancia entre la democracia y el Far West, al menos desde lo discursivo.
Nada puede explicar el silencio absoluto por parte del gobernador de la provincia, Hermes Binner, quien hasta el momento no profirió una sola frase que denote rechazo por este ataque en particular y por la metodología en general, aunque sea delimitado al territorio que gobierna, que se supone es toda la provincia de Santa Fe. No parece que el ataque haya sido agravado por la presencia de fuerzas policiales, como ocurrió en la batalla de Atilra –más bien el atacado destacó el comportamiento de la Policía– pero ya sería hora de que los colaboradores de Binner en temas de seguridad tomen precauciones para evitar ulteriores ofensivas rurales a Rossi en medio de una campaña en la que muchos están mostrando sus verdaderos rostros.
De tan proclamados que han sido por la oposición nacional en términos de garantes del sistema democrático, pareciera que los primeros que deberían haber salido a repudiar el atentado contra Rossi son los partidos políticos, pero también hay que computar su ausencia en lo que hace a las fuerzas que tienen su personería en la bota santafesina. Ninguna de las variantes del radicalismo, desde la que detenta el sello UCR hasta sus desprendimientos internos y las siglas externas ARI, SI y GEN aportó algo al rechazo a los agromatones. El socialismo se olvidó también de emitir comunicados de repudio, una de sus especialidades, la juventud del PDP anda algo inactiva, y el PJ tampoco encontró razones para rechazar el ataque.
El perfil nacional del atacado posibilita un ejercicio interesante en términos de lenguaje político, campaña, intereses e inteligencia. Además del oficialismo nacional, entre los primeros en salir a expresar repudio por la emboscada de Reconquista se puede mencionar a varios de los principales dirigentes y candidatos del antikirchnerismo: Mauricio Macri dijo que “la calentura y el enojo de la gente del campo no justifican” la agresión. Ricardo Gil Lavedra, del Acuerdo Cívico y Social señaló que “la violencia no es el método adecuado para expresar el desagrado por las políticas aplicadas por el gobierno”. El candidato a diputado nacional por el Acuerdo Cívico y Social en la Ciudad de Buenos Aires, Alfonso Prat Gay, repudió la agresión y dijo que no cree “que esa sea la manera de expresarse”. Francisco De Narváez sostuvo que “nadie está de acuerdo con este tipo de violencia en la Argentina; la política es para debatir ideas y confrontar proyectos”.
Podrá decirse que hablar de derechas e izquierdas resulta anacrónico, por lo cual sería interesante que el socialismo, el radicalismo y el resto de las fuerzas nombradas, elijan cualquier otro vocabulario reconocido por la ciencia política para justificar cómo es posible no rechazar el ataque a Rossi y sostener que son más progresistas que los mencionados dirigentes de la “derecha democrática”. Les queda un consuelo: el presidente de la Sociedad Rural Argentina (SRA), Hugo Biolcati, justificó la agresión al señalar que fue “una reacción comprensible de la gente, aunque sea condenable”. Pero el consuelo no debería ser tomado muy en serio: Joseph Goebbels hubiera repudiado el ataque, una más de sus prácticas hitlerianas.
Nos vemos
Fuente: Redacción Rosario
Comentarios
http://catanpeist.blogspot.com/2009/05/los-escrachadores-de-rossi-con-nombre-y.html
En la Capital Walter Palena publica una nota de opinion en el mismo tenor.
Un abrazo.
Pero a una fiesta en la que solo disfrutarian ellos, espero que naides la acepte...