Periodismo, política y verdad
Tengo delante de mí el último ejemplar de la revista Noticias. En su tapa, dedicada casi exclusivamente a Carta Abierta, el título llama la atención: “Cómo funciona la usina ideológica del gobierno”.
Casi como si estuviésemos frente a un informe hecho antiguamente por algún servicio de inteligencia, de esos que pululaban en años aciagos del país, su retórica se alimenta de recursos lingüísticos pergeñados en oscuras oficinas procesistas, aunque probablemente ni siquiera alcancen los redactores de la nota o el imaginativo autor del título a darse cuenta de eso. A veces la impunidad periodística constituye una extraña muestra de ignorancia y de complicidad.
No se trata apenas de las incorrecciones y hasta de las mentiras que se vierten en la nota. Lo grave es la ignorancia cuasi analfabeta de los escribas de Fontevecchia hasta el punto de llegar a confundir lo que ellos llaman “empleados del Estado” elegidos por cualquier gobierno, con decanos, vicedecanos, investigadores del Conicet, etc., que llegan a esos puestos por concursos y elecciones democráticas de sus respectivos consejos académicos (¿sabrán los periodistas que en la UBA y en todas las universidades públicas no se puede alcanzar ningún puesto de dirección, como la rectoría, el decanato y otros sin las respectivas contiendas democráticas que, desde la reforma de 1918, decretan la condición autonómica de la universidad?, ¿que para ser profesor es necesario atravesar concursos al igual que para el Conicet?, ¿o todavía imaginarán que nuestros claustros responden a decisiones discrecionales del poder de turno como lo fue durante las dictaduras en las que sistemáticamente las universidades fueron intervenidas?).
Pero en éste como en otros casos la ignorancia tiene una matriz intencional y política. Un deseo de reducir todo a la lógica de “la caja” y de lo que Horacio González llamó “la emboscadura”, esa sospecha permanente que atraviesa gran parte de los dispositivos mediáticos y que suele apropiarse muy rápidamente del sentido común. ¿Cómo los habrán comprado?, ¿cuánto dinero cuestan estos intelectuales?, ¿cuánto vale David Viñas o qué sueldo cobra Ernesto Laclau para teorizar sobre el populismo desde Londres? José Pablo Feinmann, que apenas si se acercó inicialmente a Carta Abierta, es sospechoso de enriquecerse con los contratos que consiguió en canal Encuentro a cambio de su firma (que sea un autor de venta masiva, que sus seminarios hayan congregado a muchísima gente a lo largo de los últimos años no tiene ninguna importancia para el objetivo de la “investigación” periodística que busca afirmar en el lector la relación entre ser miembro de Carta Abierta y percibir alguna ventaja económica o simbólica). Como si para ellos, los redactores de Noticias, no existiera algo como el compromiso con las ideas y convicciones, algo fuera de moda e inimaginable para cierta escala de valores que, hay que decirlo, no impera solamente en Noticias.
Entre tantos disparates hay algo que funciona desde siempre: el montaje y la mentira, el doble sentido, la suposición insinuante, el dinero asociado a la prebenda, la fascinación ejercida por el poder. Caldos bien condimentados por los lenguajes que buscan vaciar de sentido la genuina discusión de ideas; que buscan reducir todas las prácticas a planes manipuladores. En el mismo sentido, se ven obligados a decir con la contundencia de la impunidad, que Carta Abierta es el producto de las maquinaciones de Horacio Verbitsky quien, aguzando sus prácticas maquiavélicas y en consonancia con Néstor Kirchner, decidió crear el espacio. No les interesa averiguar la verdad; que Verbitsky, como muchos otros integrantes de Carta Abierta, se acercaron cuando se decidió hacer pública la primera carta, y que no sólo allí no se encuentra su escritura sino que, como ya lo dije, la inolvidable impronta de Nicolás Casullo se encuentra en ese inicio decisivo de Carta Abierta.
Pero al no tratarse de una relación con la verdad, sino de armar una escena a la medida de los editores y su visión conspirativa, lo que se busca es hacer entrar un espacio novedoso como Carta Abierta en los parámetros de prácticas oscuras, de prebendas y de negocios. Poco les interesa discutir lo que viene diciendo a lo largo de un año complejo y fascinante de la historia nacional. Lo que interesa es lo insustancial, lo menor, lo tergiversable, la supuesta manipulación, el arreglo, los intereses espurios, la caja, la ingenuidad de esos intelectuales que serán irremediablemente devorados por el poder y, claro, escupidos a su debido momento. No se trata de ideas, de pasiones políticas, de recuperar un debate que vuelva a darle potencialidad a lo ideológico; es, siempre, lo farandulesco, como si la lógica que dominó toda la década menemista siguiera en el lenguaje de la revista Noticias.
Mientras tanto, Carta Abierta se prepara para hacer pública su quinta carta, no con la intención de decir una palabra última y cerrada, sino con la peregrina idea, que tozudamente algunos todavía defienden, de abrir la discusión política, de quebrar los silencios obsecuentes o las frases vacías. Claro que a pocas empresas del periodismo actual les suele interesar ese tipo de debates que hacen a la profundización de la democracia en el sentido de las tradiciones emancipatorias, autonómicas e igualitaristas; prefieren, como casi siempre, el ahuecamiento y la inhabilitación; sus retóricas se alimentan de lo insustancial y de la acriticidad frente a los poderes económico-ideológicos que hicieron posible que las últimas décadas fueran dominadas por la práctica y el discurso del neoliberalismo.
Casi como si estuviésemos frente a un informe hecho antiguamente por algún servicio de inteligencia, de esos que pululaban en años aciagos del país, su retórica se alimenta de recursos lingüísticos pergeñados en oscuras oficinas procesistas, aunque probablemente ni siquiera alcancen los redactores de la nota o el imaginativo autor del título a darse cuenta de eso. A veces la impunidad periodística constituye una extraña muestra de ignorancia y de complicidad.
No se trata apenas de las incorrecciones y hasta de las mentiras que se vierten en la nota. Lo grave es la ignorancia cuasi analfabeta de los escribas de Fontevecchia hasta el punto de llegar a confundir lo que ellos llaman “empleados del Estado” elegidos por cualquier gobierno, con decanos, vicedecanos, investigadores del Conicet, etc., que llegan a esos puestos por concursos y elecciones democráticas de sus respectivos consejos académicos (¿sabrán los periodistas que en la UBA y en todas las universidades públicas no se puede alcanzar ningún puesto de dirección, como la rectoría, el decanato y otros sin las respectivas contiendas democráticas que, desde la reforma de 1918, decretan la condición autonómica de la universidad?, ¿que para ser profesor es necesario atravesar concursos al igual que para el Conicet?, ¿o todavía imaginarán que nuestros claustros responden a decisiones discrecionales del poder de turno como lo fue durante las dictaduras en las que sistemáticamente las universidades fueron intervenidas?).
Pero en éste como en otros casos la ignorancia tiene una matriz intencional y política. Un deseo de reducir todo a la lógica de “la caja” y de lo que Horacio González llamó “la emboscadura”, esa sospecha permanente que atraviesa gran parte de los dispositivos mediáticos y que suele apropiarse muy rápidamente del sentido común. ¿Cómo los habrán comprado?, ¿cuánto dinero cuestan estos intelectuales?, ¿cuánto vale David Viñas o qué sueldo cobra Ernesto Laclau para teorizar sobre el populismo desde Londres? José Pablo Feinmann, que apenas si se acercó inicialmente a Carta Abierta, es sospechoso de enriquecerse con los contratos que consiguió en canal Encuentro a cambio de su firma (que sea un autor de venta masiva, que sus seminarios hayan congregado a muchísima gente a lo largo de los últimos años no tiene ninguna importancia para el objetivo de la “investigación” periodística que busca afirmar en el lector la relación entre ser miembro de Carta Abierta y percibir alguna ventaja económica o simbólica). Como si para ellos, los redactores de Noticias, no existiera algo como el compromiso con las ideas y convicciones, algo fuera de moda e inimaginable para cierta escala de valores que, hay que decirlo, no impera solamente en Noticias.
Entre tantos disparates hay algo que funciona desde siempre: el montaje y la mentira, el doble sentido, la suposición insinuante, el dinero asociado a la prebenda, la fascinación ejercida por el poder. Caldos bien condimentados por los lenguajes que buscan vaciar de sentido la genuina discusión de ideas; que buscan reducir todas las prácticas a planes manipuladores. En el mismo sentido, se ven obligados a decir con la contundencia de la impunidad, que Carta Abierta es el producto de las maquinaciones de Horacio Verbitsky quien, aguzando sus prácticas maquiavélicas y en consonancia con Néstor Kirchner, decidió crear el espacio. No les interesa averiguar la verdad; que Verbitsky, como muchos otros integrantes de Carta Abierta, se acercaron cuando se decidió hacer pública la primera carta, y que no sólo allí no se encuentra su escritura sino que, como ya lo dije, la inolvidable impronta de Nicolás Casullo se encuentra en ese inicio decisivo de Carta Abierta.
Pero al no tratarse de una relación con la verdad, sino de armar una escena a la medida de los editores y su visión conspirativa, lo que se busca es hacer entrar un espacio novedoso como Carta Abierta en los parámetros de prácticas oscuras, de prebendas y de negocios. Poco les interesa discutir lo que viene diciendo a lo largo de un año complejo y fascinante de la historia nacional. Lo que interesa es lo insustancial, lo menor, lo tergiversable, la supuesta manipulación, el arreglo, los intereses espurios, la caja, la ingenuidad de esos intelectuales que serán irremediablemente devorados por el poder y, claro, escupidos a su debido momento. No se trata de ideas, de pasiones políticas, de recuperar un debate que vuelva a darle potencialidad a lo ideológico; es, siempre, lo farandulesco, como si la lógica que dominó toda la década menemista siguiera en el lenguaje de la revista Noticias.
Mientras tanto, Carta Abierta se prepara para hacer pública su quinta carta, no con la intención de decir una palabra última y cerrada, sino con la peregrina idea, que tozudamente algunos todavía defienden, de abrir la discusión política, de quebrar los silencios obsecuentes o las frases vacías. Claro que a pocas empresas del periodismo actual les suele interesar ese tipo de debates que hacen a la profundización de la democracia en el sentido de las tradiciones emancipatorias, autonómicas e igualitaristas; prefieren, como casi siempre, el ahuecamiento y la inhabilitación; sus retóricas se alimentan de lo insustancial y de la acriticidad frente a los poderes económico-ideológicos que hicieron posible que las últimas décadas fueran dominadas por la práctica y el discurso del neoliberalismo.
Veintitres, Ricardo Forster
Nos vemos
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Te mando un abrazo!