LA LOGICA IMPLACABLE DEL TRIUNFO DE CFK
Pronosticar el triunfo de Cristina Kirchner era la cosa más fácil del mundo. Tan fácil, que hasta los encuestadores acertaron.
Todos los caminos conducían a su victoria, y esa falta de sorpresa se reflejó en la noche del domingo, sin duda la más apagada que siguió a una elección de presidente desde que se recuperó la democracia, en 1983.
Si tan fácil era prever su arrasadora conquista en las urnas, no se entiende bien por qué algunos pícaros se empeñaron en hacer desaparecer boletas de la oposición.
Se entiende bien, en cambio, por qué ganó ella.
Cristina ganó porque los argentinos no tienen una gran memoria histórica, pero les sobra memoria económica. Y Cristina es la continuidad de un gobierno al que los números, después de la catástrofe de hace sólo seis años, le dan bien. Muy bien.
Cristina ganó porque los cuatro hijos de Olga, una empleada doméstica, hace unos años eran desocupados y hoy los cuatro tienen trabajo. Probablemente no ganen mucho, pero tienen trabajo, y en blanco.
Ganó porque la gente, antes de votar, se lleva la mano al bolsillo. Acá, en Estados Unidos y en Turkmenistán.
Ganó porque fuera de algunos pocos centros urbanos, la palabra Skanska no remite absolutamente a nada o puede ser entendida como un sitio de Internet.
Ganó porque el país produce cada vez más soja, la soja es cada vez más requerida por el mundo y, por lo tanto, la soja se vende cada vez más cara.
Ganó porque los votos de las zonas rurales (hoy en franca prosperidad) pesaron más que los votos de la ciudad.
Cristina Kirchner se impuso holgadamente sin necesidad de ballottage porque tuvo unos extraordinarios jefes de campaña: Mauricio Macri, Lilita Carrió, Roberto Lavagna...
Cristina Kirchner arrasó gracias, en muy buena parte, a que en la provincia de Buenos Aires arrasó Daniel Scioli, quizás el dirigente del kirchnerismo menos kirchnerista del país. Los observadores apuntaron un dato muy revelador: en su primer día como gobernador electo, Scioli mencionó en dos oportunidades a Mauricio Macri, y lo hizo en términos cálidos. Además, lo llamó "Mauricio", y no agregó "que es Macri".
Cristina venció el domingo porque siempre apareció como una candidata firme, convencida de lo que quiere, bien plantada. Porque no es una improvisada y porque no dio margen a la improvisación. No debatió con ningún opositor y no concedió entrevistas en el país, salvo tres días antes de los comicios, cuando se puso enfrente de periodistas que no parecieron dispuestos a hacerle pasar un mal rato a la señora que había tenido la deferencia de elegirlos a ellos para romper el silencio. Y cuando ya ningún adversario podía (por la veda) rebatir lo que ella dijera.
Ganó, y eso es llamativo, casi sin decir qué va a hacer. Acaso no hacía falta: ella es la continuidad del cambio que puso en marcha su marido, que ya demostró qué hace y cómo lo hace.
Cristina ganó porque a un gobierno que económicamente le ha ido tan bien la gente está dispuesta a perdonarle -en esta instancia, probablemente sólo en esta instancia- los desvaríos de Guillermo Moreno, las bolsas de Felisa Miceli, los números mágicos del Indec, las valijas de los amigos de Hugo Chávez, la crisis energética que el Presidente dice que no es crisis sino aumento de la demanda, la flota de aviones Tango convertida en un delivery de los funcionarios de la Casa Rosada, la manipulación en el Consejo de la Magistratura, el festival de subsidios, la publicidad del Estado repartida por criterios de cercanía, connivencia o amistad...
Finalmente, Cristina ganó porque la gente cree que ella es la mejor candidata para este momento de este país. Poderosa razón. Poderosa elección. Poderosa presidenta.
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