El peronismo perdió el monopolio de la esperanza


Por Víctor Colombano

A veces los pueblos votan con bronca, otras con esperanza, y otras simplemente con cansancio. El domingo 26 de octubre la sociedad argentina habló, y el mensaje fue tan claro como doloroso: el peronismo perdió algo más que una elección; perdió su condición de intérprete principal del sentir popular.

Durante décadas fuimos el movimiento que mejor supo traducir la necesidad en políticas públicas, el reclamo en organización, la angustia en esperanza. Pero esta vez no alcanzó. No supimos leer el nuevo mapa emocional y social de la Argentina. Mientras una parte del país caía en la frustración y la otra en la resignación, nosotros seguíamos hablándole al espejo. Y cuando el pueblo no nos entiende, no es culpa del pueblo: es que dejamos de hablar su idioma.

El resultado confirmó algo que se venía insinuando: Milei consolidó su base de apoyo, aun en medio del ajuste más brutal desde el retorno de la democracia. El salario real cayó más de un 20%, las jubilaciones perdieron poder adquisitivo y miles de pymes cerraron sus puertas. Pero una parte de la sociedad eligió seguir apostando por ese modelo. No porque no sufra, sino porque no ve en nosotros una alternativa convincente, moderna y creíble.

El peronismo perdió la iniciativa política y el monopolio de la esperanza. Nos refugiamos en consignas conocidas mientras el país cambiaba de velocidad. Nos ganó la dispersión, el personalismo y la falta de una narrativa común. Convertimos la épica en trámite, la mística en consigna, la militancia en aparato, todos cuestionamientos para que reflexionemos.

El pueblo no se volvió de derecha: se hartó de que lo subestimen. No quiere escuchar que "antes estábamos mejor"; quiere saber cómo vamos a hacerlo mejor la próxima vez, en que proyecto de país nos pusimos de acuerdo y le estamos ofreciendo.

El mileísmo no es una revolución antisistema. Es el poder económico con campera de cuero y discurso antisindical. Detrás de los gritos, la motosierra y la impostura antisindical, está la vieja Argentina concentrada, la que siempre soñó con un país sin trabajadores organizados ni Estado soberano. El problema no es que Milei grite: el problema es que una parte de la sociedad empezó a creerle.

Durante meses nos impusieron una ecuación tramposa: "más peronismo, más caos". El miedo al "riesgo K" fue el combustible de una operación cultural que logró algo peligroso: que los trabajadores defiendan el ajuste de sus propios verdugos. La recesión, la pobreza y el desempleo que denunciábamos no se resolvieron con la victoria libertaria; al contrario, van a profundizarse. Los mercados celebran, los bancos ganan, las fábricas cierran. La historia se repite, pero el cinismo se renueva.

El peronismo tiene que animarse a una reconstrucción política y cultural. No se trata de volver a 2019 ni de romantizar 1945: se trata de repensar el proyecto nacional en clave del siglo XXI. Defender la justicia social en un mundo de plataformas, algoritmos y desarraigo. Cristina Kirchner no es el problema ni el enemigo interno. Su aparición en el balcón son imágenes a destiempo, sí, pero no la causa de la derrota. Lo mismo vale para dirigentes que hacen gestos en un escenario cargado de tensiones.

Si nos detenemos en quien tuvo la supuesta razón en una estrategia y fecha de elección y no profundizamos las verdaderas razones del resultado electoral vamos a estar en problemas. 

No es tiempo de festejos desmedidos ni de resolver las internas a cielo abierto. El peronismo necesita definir un tiempo y una forma para discutir su liderazgo, con generosidad y estrategia, sin exponer sus diferencias frente a un pueblo que hoy espera orden, humildad y respuestas.

Ningún algoritmo reemplaza una asamblea. Ningún influencer reemplaza a un delegado. Ningún "mercado" reemplaza al pueblo. La política no puede competir con TikTok, pero sí puede recuperar el sentido: la defensa de la dignidad humana frente al poder del dinero.

No más salvadores, no más jefes eternos. Un nuevo ciclo se abre solo si hay una nueva generación capaz de unir, escuchar y volver a enamorar. El pueblo argentino no se corrió del campo popular; se quedó esperando que volviéramos a buscarlo.

Y el peronismo, si recupera su capacidad de escucha y su audacia transformadora, volverá a ser mayoría. Porque cuando el país se hunde, siempre busca al movimiento que alguna vez lo levantó. Esa sigue siendo nuestra responsabilidad histórica.

Hay que entender que la batalla no es entre Milei y nosotros, sino entre la esperanza y el cinismo y la crueldad. Cada vez que dieron por muerto al peronismo, el pueblo volvió a despertarlo. Y esta vez no será distinto.

Porque mientras exista injusticia, habrá un argentino o una argentina dispuesta a pelear. Y eso, todavía, se llama peronismo. 

Comentarios