La 125, batalla cultural
Llegamos en estos días al final del segundo año de mandato de la presidenta Cristina Fernández. Fechas estas que suelen ser aprovechadas por los medios para hacer los conocidos balances de gestión. Balances que, obviamente, no hacen más que remarcar la imagen positiva o negativa del Gobierno que dichos medios van tejiendo día tras día de acuerdo con su perspectiva ideológica y sus propios intereses corporativos.
Sin intentar caer en esta tentación analítica tan común, nos parece oportuno señalar algún hecho que, sin duda, no puede dejar de mencionarse como relevante de estos dos años. En este sentido, es fácil concluir que el conflicto con el llamado “campo” (las patronales rurales, para ser más precisos) es, al menos hasta ahora, el hecho más relevante e influyente a nivel político.
No es nuestro interés volver sobre los pormenores de dicha cuestión, sino, más bien, preguntarnos acerca del porqué del hecho de que haya sido éste, precisamente, “el conflicto” del actual gobierno. Esta pregunta podría parecer hasta obvia en la medida en que ningún argentino dudaría en afirmar que fue el acontecimiento más importante de estos dos años.
La cuestión es entonces desnaturalizar el asunto. Preguntarse por qué para 40 millones de personas ha sido “el conflicto”. ¿Acaso estaban esos 40 millones de personas involucrados o afectados en forma directa en este problema? ¿No hubo otros asuntos o decisiones gubernamentales que involucraran en forma directa a muchos más ciudadanos que el conflicto con el “campo”? Entonces, ¿por qué la resolución 125 es para todos el hecho decisivo y más determinante?
¿Por qué un tema sectorial, y tan alejado de los intereses inmediatos de la inmensa mayoría de los argentinos, se convirtió en el hecho definitivo y más movilizador de estos dos años de mandato? ¿Qué cambió en la vida cotidiana de un habitante de Ushuaia, de Jujuy, de San Juan, de Formosa o Trelew después del ya celebre voto no-positivo de Julio Cobos?
La respuesta a estos interrogantes radica, desde esta perspectiva, en la que fuera la verdadera victoria que obtuvieron las patronales rurales con la desaprobación del sistema de retenciones móviles; es decir, la victoria cultural. Podrán discutir los economistas cuánta plata ganó o perdió el “campo” gracias al voto no positivo de Cobos.
Podrán los especialistas discutir si el proceso de sojización se extendió aún más o no, pero lo que está fuera de discusión para nosotros es que el campo obtuvo un rotundo triunfo a nivel cultural. Las patronales rurales lograron socializar sus propios intereses corporativos y, lo más significativo, reinstalaron la imagen y la conciencia de la Argentina como país esencialmente agroexportador.
Sacaron del baúl de los recuerdos el mito del granero del mundo y lograron convencer a casi 40 millones de argentinos que “sin campo no hay país”. Por ello decimos que el triunfo del “campo” no fue en primer término económico o político sino, ante todo, un concluyente triunfo cultural. ¿Pudo esa victoria construirse en el vacío?
Creemos que no. Si el “campo” pudo imponer de tal forma sus intereses y obtener el apoyo de grupos sociales totalmente ajenos al devenir del sector agropecuario, fue no sólo porque logró convertirse en la cabeza visible de un vasto y heterogéneo universo opositor decididamente apoyado por la prensa conservadora, sino también porque supo asumir el rol de abanderado de corrientes de opinión antiestatistas y proagropecuarias muy difundidas en la cultura de vastos sectores de nuestra sociedad.
A más de un siglo de aquel supuesto “apogeo” y en medio de la revolución científico-tecnológica más fabulosa que haya visto la humanidad en toda su historia, para el argentino medio nuestro país aún debe ser por esencia un simple productor de alimentos y materias primas. De esta forma, según esta difundida cultura, si al campo le va bien y no “sufre” políticas erróneas o injustas de tal o cual gobierno, el país fácilmente podría alcanzar el bienestar y el desarrollo económico y social para sus 40 millones de habitantes.
Sobre esta divulgada base cultural se construyó el triunfo del “campo”. Triunfo que no hizo más que reafirmar esa conciencia y tornar más problemática aún toda posibilidad de un proyecto de país que sepa integrar el necesario e importante rol del sector agropecuario con el aún más necesario desarrollo científico tecnológico propio. ¿Será ésta una batalla cultural perdida? Esperemos que no.
Sin intentar caer en esta tentación analítica tan común, nos parece oportuno señalar algún hecho que, sin duda, no puede dejar de mencionarse como relevante de estos dos años. En este sentido, es fácil concluir que el conflicto con el llamado “campo” (las patronales rurales, para ser más precisos) es, al menos hasta ahora, el hecho más relevante e influyente a nivel político.
No es nuestro interés volver sobre los pormenores de dicha cuestión, sino, más bien, preguntarnos acerca del porqué del hecho de que haya sido éste, precisamente, “el conflicto” del actual gobierno. Esta pregunta podría parecer hasta obvia en la medida en que ningún argentino dudaría en afirmar que fue el acontecimiento más importante de estos dos años.
La cuestión es entonces desnaturalizar el asunto. Preguntarse por qué para 40 millones de personas ha sido “el conflicto”. ¿Acaso estaban esos 40 millones de personas involucrados o afectados en forma directa en este problema? ¿No hubo otros asuntos o decisiones gubernamentales que involucraran en forma directa a muchos más ciudadanos que el conflicto con el “campo”? Entonces, ¿por qué la resolución 125 es para todos el hecho decisivo y más determinante?
¿Por qué un tema sectorial, y tan alejado de los intereses inmediatos de la inmensa mayoría de los argentinos, se convirtió en el hecho definitivo y más movilizador de estos dos años de mandato? ¿Qué cambió en la vida cotidiana de un habitante de Ushuaia, de Jujuy, de San Juan, de Formosa o Trelew después del ya celebre voto no-positivo de Julio Cobos?
La respuesta a estos interrogantes radica, desde esta perspectiva, en la que fuera la verdadera victoria que obtuvieron las patronales rurales con la desaprobación del sistema de retenciones móviles; es decir, la victoria cultural. Podrán discutir los economistas cuánta plata ganó o perdió el “campo” gracias al voto no positivo de Cobos.
Podrán los especialistas discutir si el proceso de sojización se extendió aún más o no, pero lo que está fuera de discusión para nosotros es que el campo obtuvo un rotundo triunfo a nivel cultural. Las patronales rurales lograron socializar sus propios intereses corporativos y, lo más significativo, reinstalaron la imagen y la conciencia de la Argentina como país esencialmente agroexportador.
Sacaron del baúl de los recuerdos el mito del granero del mundo y lograron convencer a casi 40 millones de argentinos que “sin campo no hay país”. Por ello decimos que el triunfo del “campo” no fue en primer término económico o político sino, ante todo, un concluyente triunfo cultural. ¿Pudo esa victoria construirse en el vacío?
Creemos que no. Si el “campo” pudo imponer de tal forma sus intereses y obtener el apoyo de grupos sociales totalmente ajenos al devenir del sector agropecuario, fue no sólo porque logró convertirse en la cabeza visible de un vasto y heterogéneo universo opositor decididamente apoyado por la prensa conservadora, sino también porque supo asumir el rol de abanderado de corrientes de opinión antiestatistas y proagropecuarias muy difundidas en la cultura de vastos sectores de nuestra sociedad.
A más de un siglo de aquel supuesto “apogeo” y en medio de la revolución científico-tecnológica más fabulosa que haya visto la humanidad en toda su historia, para el argentino medio nuestro país aún debe ser por esencia un simple productor de alimentos y materias primas. De esta forma, según esta difundida cultura, si al campo le va bien y no “sufre” políticas erróneas o injustas de tal o cual gobierno, el país fácilmente podría alcanzar el bienestar y el desarrollo económico y social para sus 40 millones de habitantes.
Sobre esta divulgada base cultural se construyó el triunfo del “campo”. Triunfo que no hizo más que reafirmar esa conciencia y tornar más problemática aún toda posibilidad de un proyecto de país que sepa integrar el necesario e importante rol del sector agropecuario con el aún más necesario desarrollo científico tecnológico propio. ¿Será ésta una batalla cultural perdida? Esperemos que no.
Nos vemos
Fuente: BAE
Comentarios
Yo creo que pocos (salvo Cristobal lopez) objetarían que se puede elegir al juego como subsidiador del resto de la economía, para dar un ejemplo, pero elegir al agro, con su implicancia en cantidad de afectados y su distribución geográfica, es mucho más problemático.
Encima cuando se sabe que esas polítcas necesitan un amplio horizonte de tiempo para que los favorecidos tengan, a lo mejor, un desarrollo que haya justificado el esfuerzo.
Reformulemos entonces un plan de desarrollo que incluya a todos, y que distribuya mejor el esfuerzo a realizar.
Todos sabemos que "el granero del mundo" es un mito fundacional, una operación de marketing para atrater a inmigrantes y capitales de riesgo hace 120 años. Eso no alcanza, pero tampoco sobra como para tirarlo a la basura.
La batalla cultural se pierde también porque desde chicos, en la escuela, nos enseñan que Argentina nunca estuvo mejor que cuando éramos el Granero del Mundo.
Que entonces éramos Potencia Mundial.
Pero creer que hoy, en este Mundo, si volvemos a ser un Pais Agroexportador vamos a ser potencia es infantil y una mentira.
¡Saludos!