Ni más ni menos que una frase
Se le conocen algunas sentencias memorables como aquella que lanzó con total desparpajo cuando asumió la presidencia del país en medio de la debacle del verano caliente posterior al diciembre del 2001: “A quienes depositaron dólares se les devolverá dólares”, frase que se deshizo inmediatamente después de pronunciada, en el preciso instante en que la maquinaria devaluatoria destrozó la ilusión de miles de ahorristas que todavía creían vivir en el paraíso dorado de la convertibilidad. Duhalde, porque de él se trata, inició su mandato con una promesa que sabía vana e imposible.
Como buen político armado de artimañas y vestido con un grueso traje de amianto buscó afanosamente lanzar al olvido aquella frase insólita en medio de un país estallado y desquiciado. También se le recuerda aquella memorable alabanza de la policía bonaerense en medio del asesinato de José Luis Cabezas: “La mejor policía del mundo”, esa misma envenenada por Camps y sus esbirros, la del asesino Etchecolatz y la de las mil denuncias por corrupción y complicidades con todas las formas del delito.
Un genuino retórico de una derecha que aspira a regresar al poder.Pero la frase que motivó este artículo no se refiere al dinero ni a los pesos ni a los dólares; nada tiene que ver con ahorros y con bancos y con pesificaciones asimétricas.
La frase es reciente y toca el corazón de la historia más dolorosa, esa que nos retrotrae a los años del terrorismo de Estado. Casi como al pasar y apelando a la gestualidad de la unidad nacional y de un país para todos y con todos, el ex presidente Eduardo Duhalde, el mismo que tuvo que acortar su mandato y renunciar a sus ilusiones eleccionarias cuando los asesinatos, a manos de la “mejor policía del mundo”, de Kosteki y Santillán pusieron en evidencia el núcleo represivo de su visión de la política, propuso, sin ponerse colorado ni sentir vergüenza, que en una nueva Argentina deberían convivir aquellos que defienden a Videla con aquellos que lo rechazan.
Duhalde pronuncia esa frase ominosa, que bordea la ilegalidad al desconocer el carácter genocida de la dictadura encabezada por Videla, cuando somos testigos del enjuiciamiento de Menéndez y de Bussi, de los esbirros del Vesubio y de las patotas criminales del mayor campo de concentración que supieron regentear los marinos de Massera en la Esma. Dice lo que dice cuando el fiscal de esa causa, en la que están siendo sometidos a juicio entre otros “El Tigre” Acosta y Alfredo Astiz, hizo leer en la sala la carta que Rodolfo Walsh le escribió a la Junta Militar. Dice lo que dice en perfecta consonancia con los esfuerzos restauradores de una derecha que busca preparar el terreno, si logra horadar al gobierno de Cristina Fernández e imponer sus condiciones, para someter nuevamente al pueblo argentino a una política de ajuste y restrictiva de los derechos recuperados en los últimos años.
Es una frase que se articula desde la lógica del olvido y de la impunidad y que expresa, ahora más que nunca, la solapada complicidad de ciertos políticos, Duhalde entre ellos, con la dictadura videlista. Duhalde les habla a las derechas, a las corporaciones empresariales que desean terminar con las exigencias redistribucionistas de los trabajadores; su discurso apunta a ofrecerse como el “gran garante” del orden y de la reconciliación de un país, eso dice, brutalmente dividido por la virulencia de un gobierno que, en última instancia, es descendencia directa, así lo piensa aunque se cuide de decirlo públicamente, de quienes fueron vencidos por Videla y los suyos.
Una frase que denuncia las intenciones de quien intenta constituirse en la figura sobresaliente de un supuesto Pacto de la Moncloa argentino; de alguien que se vende como el único que puede ordenar y disciplinar a una sociedad díscola y desmadrada. Duhalde empieza a decir lo que una parte de la oposición no se atreve a expresar públicamente; él aparece como la punta de un iceberg reaccionario que desea cerrar definitivamente el expediente de la memoria de la represión.
¿Es acaso Duhalde un alucinado que se lanza al ruedo sin red de contención? Su frase anticipa lo que se guarda en el interior de esa derecha restauracionista, dibuja el escenario posible, y ominoso, de un triunfo de aquellos que son los garantes y herederos de Videla y Martínez de Hoz. Lo que parecía imposible de ser dicho, lo que debía simularse para no ser acusado de cómplice de la peor dictadura que hayamos padecido, hoy vuelve a ser pronunciado a la luz pública por quien está dispuesto a encabezar un gobierno de la restauración.
Como buen político armado de artimañas y vestido con un grueso traje de amianto buscó afanosamente lanzar al olvido aquella frase insólita en medio de un país estallado y desquiciado. También se le recuerda aquella memorable alabanza de la policía bonaerense en medio del asesinato de José Luis Cabezas: “La mejor policía del mundo”, esa misma envenenada por Camps y sus esbirros, la del asesino Etchecolatz y la de las mil denuncias por corrupción y complicidades con todas las formas del delito.
Un genuino retórico de una derecha que aspira a regresar al poder.Pero la frase que motivó este artículo no se refiere al dinero ni a los pesos ni a los dólares; nada tiene que ver con ahorros y con bancos y con pesificaciones asimétricas.
La frase es reciente y toca el corazón de la historia más dolorosa, esa que nos retrotrae a los años del terrorismo de Estado. Casi como al pasar y apelando a la gestualidad de la unidad nacional y de un país para todos y con todos, el ex presidente Eduardo Duhalde, el mismo que tuvo que acortar su mandato y renunciar a sus ilusiones eleccionarias cuando los asesinatos, a manos de la “mejor policía del mundo”, de Kosteki y Santillán pusieron en evidencia el núcleo represivo de su visión de la política, propuso, sin ponerse colorado ni sentir vergüenza, que en una nueva Argentina deberían convivir aquellos que defienden a Videla con aquellos que lo rechazan.
Duhalde pronuncia esa frase ominosa, que bordea la ilegalidad al desconocer el carácter genocida de la dictadura encabezada por Videla, cuando somos testigos del enjuiciamiento de Menéndez y de Bussi, de los esbirros del Vesubio y de las patotas criminales del mayor campo de concentración que supieron regentear los marinos de Massera en la Esma. Dice lo que dice cuando el fiscal de esa causa, en la que están siendo sometidos a juicio entre otros “El Tigre” Acosta y Alfredo Astiz, hizo leer en la sala la carta que Rodolfo Walsh le escribió a la Junta Militar. Dice lo que dice en perfecta consonancia con los esfuerzos restauradores de una derecha que busca preparar el terreno, si logra horadar al gobierno de Cristina Fernández e imponer sus condiciones, para someter nuevamente al pueblo argentino a una política de ajuste y restrictiva de los derechos recuperados en los últimos años.
Es una frase que se articula desde la lógica del olvido y de la impunidad y que expresa, ahora más que nunca, la solapada complicidad de ciertos políticos, Duhalde entre ellos, con la dictadura videlista. Duhalde les habla a las derechas, a las corporaciones empresariales que desean terminar con las exigencias redistribucionistas de los trabajadores; su discurso apunta a ofrecerse como el “gran garante” del orden y de la reconciliación de un país, eso dice, brutalmente dividido por la virulencia de un gobierno que, en última instancia, es descendencia directa, así lo piensa aunque se cuide de decirlo públicamente, de quienes fueron vencidos por Videla y los suyos.
Una frase que denuncia las intenciones de quien intenta constituirse en la figura sobresaliente de un supuesto Pacto de la Moncloa argentino; de alguien que se vende como el único que puede ordenar y disciplinar a una sociedad díscola y desmadrada. Duhalde empieza a decir lo que una parte de la oposición no se atreve a expresar públicamente; él aparece como la punta de un iceberg reaccionario que desea cerrar definitivamente el expediente de la memoria de la represión.
¿Es acaso Duhalde un alucinado que se lanza al ruedo sin red de contención? Su frase anticipa lo que se guarda en el interior de esa derecha restauracionista, dibuja el escenario posible, y ominoso, de un triunfo de aquellos que son los garantes y herederos de Videla y Martínez de Hoz. Lo que parecía imposible de ser dicho, lo que debía simularse para no ser acusado de cómplice de la peor dictadura que hayamos padecido, hoy vuelve a ser pronunciado a la luz pública por quien está dispuesto a encabezar un gobierno de la restauración.
Nos vemos,
Sobre textos de Ricardo Forster
Comentarios
Me llamó la atención la anécdota que contó tras la muerte de Alfonsín. Segñun el, un militar fue a verlo, para sondearlo en caso de un golpe militar, si el colaboraría con los golpistas. Duhalde cuenta que como todo buen patriota pidio una audiencia en la Rosada y contó lo sucedido. Ahora bien, yo pregunto desde mi ignorancia absoluta, un militar que esta o es parte de un golpe de estado, va a preguntando porla calle quién quiere participar? o va buscando en los "potables"? Si vas a robar un banco, no vas a preguntarle a un policía honesto si quiere participar. Se entiende el punto?
Y después, ni hablar de sus lazos con las cúpulas eclesiasticas.
El tipo concibe el país de ese modo, una élite dominante, los dueños de las corporaciones flanqueados por la iglesia y las fuerzas armadas.
Si bien lo de Videla lo dice para "llamar la atención", por adentro esta siendo sincero. Yo vi un discurso en el MPA, ahí elogió a Uruguay. Basicamente dijo algo como "...hay que aprender de Uruguay, que se olvidó del pasado... mayorías circunstanciales (un congreso como el del 2005 por ejemplo, a eso se refería el hdp) no pueden arrogarse la decisión de temas tan sensibles... el camino es como hicieron los uruguayos, un plebsicito de amnistía"... claro, porque el Argentino promedio es un ciudadano comprometido, con huevos, jamás se lava las manos no? un plesbiscito de amnistía acá gana por goleada, no porque crean que los militares no deben ser juzgados o hay que dejar el pasado atrás, sino porque enjuicuiar a genocidas implica comprometerse, implica crispación, implica enfrentar problemas.
Hay que convivir con lo que defienden a Videla, no queda otra. No vamos a hacer con ellos lo que hicieron con miles de argentinos. Pero una cosa es convivir, otra hacerse el boludo y dejar asesinos en la calle.