De una herencia complicada a una crisis profunda

De una herencia complicada a una crisis profunda

Por Horacio Lachman

Estamos transitando una tormenta pero el rumbo será el mismo”. Es una frase que se repite desde el poder y no resulta tranquilizadora. Fue precisamente el rumbo del navío lo que nos condujo al epicentro de la tormenta, cuyo costo hasta ahora se traduce -por lo menos- en dos años de recesión, una inflación del 50 % anual, con caída del salario real de entre 10% y 20 %. Y a la necesidad de pedir un gigantesco préstamo del FMI para paliar -sólo paliar- el peligro de un default. Mientras, el resto de los países emergentes, con otro rumbo más acertado, lograron resultados mucho mejores.

Esto es una tormenta, pero no tiene parecido con las vividas en el pasado, es más suave”. “Nadie espera que estemos en recesión, tal vez sea menor el crecimiento, pero no será recesión”. “Nuestros pronósticos durante los primeros años fueron acertados en la medida en que el ambiente externo estuvo bien”. Estos conceptos fueron vertidos a mediados de julio pasado, por el presidente de la Comisión de Finanzas de la Cámara de Diputados, Eduardo Amadeo.

El argumento de que la crisis se debe al cambio de las condiciones externas, básicamente por un brusco aumento de las tasas de interés y el recorte del crédito a nivel global resulta sin duda falso.

El 16 de diciembre de 2015 -más de dos años antes de nuestra crisis- la Reserva Federal elevó sus tasas de interés por primera vez en casi en una década. Para algunos países eso va a doler, se afirmaba desde los medios especializado del mundo. Un aumento en las tasas de Estados Unidos tendrá un impacto en la economía global, pero muchos mercados emergentes tienen buenas razones en particular para estar preocupados, era el comentario general. A nadie podía tomar por sorpresa en 2018 el alza de las tasas internacionales de interés. Eso se esperaba ya en 2014, cuando comenzaron a retirase capitales de los países en desarrollo.

En otra nota publicada unos días después, titulada “Siete países están en riesgo por el alza de las tasas de Estados Unidos” se mencionaba a Brasil, Turquía, Sudáfrica, Rusia, Nigeria y Venezuela como posibles víctimas de la situación sumando también a China al listado. Entonces el país no figuraba entre los mas vulnerables.

Para un equipo económico como el argentino, conformado en gran proporción por operadores en los mercados financieros globales, no podía ser una sorpresa la suba de las tasas de interés internacionales. Sin embargo Argentina se embarcó un una irresponsable política de endeudamiento externo en el peor momento. Se señaló también como causal una pérdida de exportaciones por la sequía de la campaña 2017/2018 de u$s 8000 M. Pero la Bolsa de Cereales de Buenos Aires y Rosario venía reduciendo los pronósticos de cosecha gruesa por la sequía varios meses que el presidente en la Asamblea Legislativa del 1 de diciembre reiterara “que lo peor ya paso”.

Sin duda Argentina adolecía de graves problemas en 2015. El déficit fiscal, el desequilibrio externo y el virtual default, por el juicio en EE.UU. con los fondos buitre, eran problemas serios. Como contrapartida el reducido endeudamiento externo amortiguaba los peligros.

En ese contexto se tomó precisamente el rumbo equivocado que condujo al país al epicentro de la tormenta, de forma que Argentina es hoy la nación más afectadas por el nuevo escenario, descontando obviamente a Venezuela, que no tiene remedio.

Frente al elevado desequilibrio fiscal se puso en marcha una política gradualista que sólo atacó el déficit primario (sin computar intereses) a través del aumento de las tarifas. Sin embargo la drástica reducción de las retenciones a la exportación y el impacto negativo sobre la recaudación provocado por la recesión, afectaron los ingresos: mientras la duplicación de ministerios y el masivo ingreso a la Administración Pública de nuevos funcionarios con elevadas remuneraciones y en general una política poco prudente incrementaron el gasto.

Pero lo peor fue que el gigantesco endeudamiento, en su mayoría en dólares del Gobierno nacional, provincial y del Banco Central generó una pesada carga en moneda fuerte que acentuó el déficit financiero fiscal y cuasifiscal que hoy sigue siendo cercano al 7% del PBI.

La política hacia el sector externo fue sumamente equivocada. Por un lado se dispuso bruscamente el desmantelamiento de las restricciones a la importación. Por otra parte la presión sobre los costos generadas por los tarifazos, la elevada carga impositiva del país y un nuevo atraso cambiario, provocaron desde 2016 a marzo de 2018, una pérdida de competitividad, que provocó caída de exportaciones, un incremento de las compras en el exterior y una masiva salida de turistas al exterior.

Esta política fue acompañada de una absoluta liberalización de la salida de capitales, la supresión de toda exigencia los exportadores de liquidar divisas y la desregulación al ingreso de capitales golondrinas contribuyeron decididamente a provocar un fuerte déficit del balance cambiario y una extrema fragilidad de la economía.

Cabe recordar que ya a fines de 2016, en la 37a Convención Anual del Instituto Argentino de Ejecutivos de Finanzas, el entonces Presidente del Banco Nación, Carlos Melconian, se alarmaba por el crecimiento de la deuda pública orientada a financiar los gastos corrientes del Estado, mientras en el mismo foro, el entonces secretario de Finanzas Luis Caputo, afirmaba que la deuda no era para nada un problema.

A fines de 2017, en un estudio del BBVA, se observaba que el déficit en cuenta corriente del balance de pagos del país había pasado de 2,7 % del PBI en 2015 y 2016 a 5,1 % en 2017 y continuaba con proyección ascendente. También la salida de capitales del sector privado de 5% del PBI en 2015 saltaba a 7 % del PBI en 2017, también con proyección ascendente. Estos números surgían de las estadísticas oficiales y determinaban para la entidad financiera privada líder, que se aumentaba peligrosamente la debilidad de la economía Argentina frente a un shock externo.

Poco después el IIF -organismo privado que nuclea a los principales bancos y empresas multinacionales- ubicaba ya Argentina junto a Ucrania y Turquía como los países con mayor vulnerabilidad externa. Ucrania es un país que viene soportando largas y cruentas guerras. Atraviesa desde hace años una situación económica dramática y hace tiempo recibe ayuda del FMI. Turquía envuelto en el conflicto de medio oriente que rechaza todo apoyo del FMI, sigue aun en medio de una crisis, pero sus indicadores son mucho mejores que los argentinos.

Nuestro país debilitó al extremo su sector externo precisamente en el momento que debía hacerse lo contrario. Transformó una situación compleja que heredó, en una profunda crisis económica de alto costo social.


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