Abusos e ironías del lenguaje

Cada época forja sus propias palabras o las toma prestadas de otros momentos de la historia pero resignificándolas. Palabras para inventar nuevos escenarios, palabras para narrar acontecimientos que venían a conmover el estado de las cosas. Palabras que hicieron historia y que proyectaron sus sombras sobre épocas posteriores. Palabras, algunas, para amparar los sueños utópicos; palabras, otras, para destruirlos. Palabras transformadas en memoria popular y palabras que se dibujaron como rostros del horror y de la infamia. Palabras que nacieron para liberar a los pueblos y que acabaron por desplegar nuevas formas de sometimiento.

El lenguaje de los hombres corre junto con los acontecimientos e, incluso y en diversas ocasiones, se anticipa a ellos definiendo sus sentidos o amputándolos antes de que se realicen. Con conciencia o sin ella somos deudores de lo que ciertas palabras produjeron en nosotros dibujando las líneas de nuestros mapas históricos.

No sin sorpresa observamos el uso impúdico que ciertos medios concentrados de comunicación hacen de algunas palabras demasiado caras a la memoria del horror dictatorial: así observamos y escuchamos, no sin cierta dosis de incredulidad ante tan miserable maniobra, que algunos programas de cable o de radio pueden "desaparecer", conociendo los autores de tan ingeniosa publicidad lo que significa en nuestra historia del dolor ese verbo, buscando crear una asociación entre la dictadura y la nueva ley de servicios de medios audiovisuales. Así como no fue afortunada la relación que en su momento estableció Cristina Fernández entre el "secuestro de los goles" por TyC y los secuestros de la dictadura (tal vez llevada por un excesivo giro retórico que le impidió establecer las diferencias imprescindibles), es brutal e impúdico el uso sistemático (porque no se trata de un giro espontáneo en el interior de un discurso improvisado como fue el de la Presidenta) de una palabra que nos remite a la noche del horror.

Mauricio Macri, un hombre de pocas luces que apenas si conoce la relación entre ciertas palabras y su contexto de surgimiento histórico, utiliza suelto de cuerpo y con total descaro el término "fascismo" para referirse tanto a la ley de medios que busca reemplazar a la vigente (que proviene precisamente de una época oscura, autoritaria y atravesada por prácticas fascistoides y criminales) como al gobierno nacional. No se trata sólo del abuso ni de la ignorancia de Macri, se trata de una doble infamia: por un lado desconocer el horror real y efectivo del fascismo histórico trivializando los millones de asesinados, la violencia indescriptible y el terror desplegado sistemáticamente sobre poblaciones enteras; por el otro lado, implica desconocer la legitimidad democrática del gobierno al mismo tiempo que se busca desprestigiar uno de los momentos más emblemáticos de la democracia argentina desde su recuperación en diciembre de 1983.

Para él, como para otros exponentes de la vulgaridad, el desconocimiento y la impudicia, todo es utilizable en función de la defensa de sus intereses. Tiempo atrás la inefable Elisa Carrió había comparado a Néstor Kirchner con Adolf Hitler.

Con la palabra "libertad" (asociada a "libertad de expresión") también suceden cosas curiosas. Para algunos se trata, siempre, de vincularla con la "propiedad", de ahí que llegan a decir, sin ruborizarse, que prefieren un monopolio privado a una ley que supuestamente le otorga excesivos poderes al Ejecutivo. Para ellos, igual que para los dueños de los grandes multimedios (aunque en ellos se entiende porque defienden sus negocios), la libertad de empresa es incuestionable, núcleo de lo sagrado y fundamento de la democracia.

No importa que esas empresas concentren en sus manos la mayor parte de las frecuencias de radio, cable y televisión; no importa si despliegan tentacularmente sus intereses arrasando todo lo que se les opone o simplemente intenta competir. No importa que utilicen la suma de todos sus recursos económicos y tecnológicos para abrumar a la sociedad con una visión sesgada y unívoca de la realidad; tampoco importa los niveles de chatura y neobarbarie que se transmiten por la televisión que dominan abrumadoramente. Ellas son la quintaesencia de la "libertad de expresión" pese a que ocupan casi todo el espacio comunicacional desde el cual machacan sin piedad sobre la población la "verdad pura" de sus intereses que deben ser homologados con la defensa irrestricta de la libertad.

Resulta curioso contemplar cómo hablan de autoritarismo, de visión única, de cercenamiento de la diversidad, cuando acumulan y concentran de un modo impúdico todo aquello que pudo caer en sus manos gracias a los beneficios y a los "mejoramientos" que el menemismo hizo de la ley heredada de la dictadura y que les permitió, como en ese otro tiempo dominado por los perros de la noche, apropiarse de Papel Prensa para hacer un negocio monumental en complicidad con Videla, transformarse, en los años noventa, en verdaderas estructuras cuasi monopólicas. Entre el plan desplegado por Martínez de Hoz y la convertibilidad de Cavallo los multimedia se convirtieron en los dueños de casi toda la red informativa y comunicacional del país.

A esa concentración la llaman "periodismo independiente" y la defienden como garantía última de la "libertad de expresión". Abusos e ironías del lenguaje en una época de simulaciones e hipocresías. La que queda ahogada mientras se perpetúa el poder de los multimedios es precisamente la libertad de expresión. La que se vacía de contenido y de sentido es la palabra "libertad" en boca de aquellos que lo único que defienden son sus intereses.

Cuando la libertad queda reducida a la palabra propiedad, la que se desvanece es la libertad. Algo de todo esto se está discutiendo en estos días argentinos, días en los que debemos aprender a diferenciar los usos y los abusos de ciertas palabras para que no nos perdamos en el laberinto de las injusticias, ese que han sabido construir aquellos que no se ruborizan al usar venerables palabras en función de defender su poder y sus ganancias.

La libertad, eso lo sabemos porque experimentamos lo que ha sucedido cuando la perdimos, también se juega en este apasionante debate en torno a una nueva y democrática ley de medios audiovisuales. Batallar en el interior de las significaciones, sospechar de las formas naturalizadas por el poder y buscar resemantizar aquellas palabras cuyos contenidos fueron rapiñados por el discurso de los poderosos es, qué duda cabe, uno de los núcleos principales del litigio por una distribución más democrática e igualitaria de los lenguajes de la comunicación.

Nos vemos


Sobre textos de Ricardo Forster

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