Demanda de memoria
“Memoria, verdad, justicia”: son términos que en la Argentina integran una serie establecida y repetida. Exponen una agenda de los problemas abiertos en torno del pasado reciente y, a la vez, se proponen como una constelación de valores y esperanzas en la reparación de las heridas que se reactivan en el presente. En verdad, cada uno de esos términos arrastra una densidad particular que se acrecienta con su combinación y superposición. ¿Qué es una verdad para la memoria y cuáles son las diferencias respecto de una verdad para la historia? ¿Cómo pensar las relaciones entre verdad y justicia, entre memoria y justicia? Desde hace veinticinco años, en nuestro país se eligió, de diversas formas, recordar.
Los variados proyectos de olvido y amnistía terminaron cediendo frente a una voluntad de rememorar una experiencia focalizada en el terrorismo de Estado. Oscar Terán lo señalaba y exponía un ideal de memoria: “Lo que sutura aquel hilo de sentido brutalmente cortado”. Pero también puntualizaba las condiciones de una crisis presente que ha impedido una fácil restauración de las seguridades perdidas: la “demanda de memoria” ha coincidido con tiempos de incertidumbre, con creencias fracturadas, en fin, con el derrumbe de las utopías. Ofrecía así una imagen elocuente de los problemas de una memoria ética y política que debe curar las heridas, en un tiempo que ha trastrocado el horizonte de representaciones e ideales capaces de reactivar las esperanzas del pasado. Donde ya no queda el reaseguro de aquellas utopías, la certidumbre que nos convoca reside en el rescate de las víctimas; la memoria se reúne con el duelo: es el deber de reintegrar a los muertos insepultos, los desaparecidos, y los niños “des-identificados”; el “reclamo de Antígona”, que coloca el trabajo de la memoria bajo el sino de la tragedia.
Quiero partir de esa indicación problematizada de la memoria, concebida en una relación inherente de responsabilidad hacia el pasado y, sobre todo, hacia las víctimas. No hay memoria plena ni efusiones combativas que puedan suprimir el peso de lo irreparable. El trabajo que busca tramitar la pérdida de tantos cuerpos asesinados, torturados, exiliados, apropiados, debe hacerse cargo también de renovar las ideas y las pasiones, de recuperar y revisar las promesas fracasadas de un tiempo dominado por la furia de los combates y lo irreversible de la muerte.
Ni pura repetición, ni presente fracturado respecto del pasado; la memoria está a la vez en el pasado y en el presente, y ese doble horizonte habilita diversas transacciones frente a las herencias recibidas: entre las formas compactas de un pasado que se impone como un velo que cubre el presente, y las expresiones, igualmente ilusorias, que buscan alinear y borrar el pasado fracturado desde la perspectiva de un presente reconciliado.
Las apuestas se desplazan al presente, pero en un tiempo en movimiento en el que los cambios en la memoria replican y revelan la radical historicidad de la democracia, un régimen falto de fundamento y a la vez condenado a construir las bases de una vida en común que reconozca las diferencias y admita la alteridad.
Una condición del derecho reside en la voluntad colectiva, en el presente, de permanecer abiertos espacios y prácticas de liberación sobre el pasado. Si se puede hablar de memoria social, el fundamento social de la memoria es lo que se construye como pasado compartido. Esto no excluye las divergencias, pero, si las disputas se ahondan y rompen ciertos marcos, las diferentes formaciones del pasado se hacen incomunicables y las memorias sociales estallan: ése es el problema mayor en la dimensión política de la memoria. Siempre hay conflictos y también hay criterios o soportes (narraciones, imágenes, símbolos) que habilitan un suelo común. La dinámica de la memoria política depende, entonces, de la estructura básica del lazo social que Freud ilustraba con la parábola de los puercoespines en una noche de frío: un movimiento de reunión/separación en busca de la distancia justa.
Nos vemos.
Fuente: Hugo Vezzetti, Después del terrorismo de Estado en Argentina.
Fotografía: Hugo Villalobos, Parque de la Memoria.
Los variados proyectos de olvido y amnistía terminaron cediendo frente a una voluntad de rememorar una experiencia focalizada en el terrorismo de Estado. Oscar Terán lo señalaba y exponía un ideal de memoria: “Lo que sutura aquel hilo de sentido brutalmente cortado”. Pero también puntualizaba las condiciones de una crisis presente que ha impedido una fácil restauración de las seguridades perdidas: la “demanda de memoria” ha coincidido con tiempos de incertidumbre, con creencias fracturadas, en fin, con el derrumbe de las utopías. Ofrecía así una imagen elocuente de los problemas de una memoria ética y política que debe curar las heridas, en un tiempo que ha trastrocado el horizonte de representaciones e ideales capaces de reactivar las esperanzas del pasado. Donde ya no queda el reaseguro de aquellas utopías, la certidumbre que nos convoca reside en el rescate de las víctimas; la memoria se reúne con el duelo: es el deber de reintegrar a los muertos insepultos, los desaparecidos, y los niños “des-identificados”; el “reclamo de Antígona”, que coloca el trabajo de la memoria bajo el sino de la tragedia.
Quiero partir de esa indicación problematizada de la memoria, concebida en una relación inherente de responsabilidad hacia el pasado y, sobre todo, hacia las víctimas. No hay memoria plena ni efusiones combativas que puedan suprimir el peso de lo irreparable. El trabajo que busca tramitar la pérdida de tantos cuerpos asesinados, torturados, exiliados, apropiados, debe hacerse cargo también de renovar las ideas y las pasiones, de recuperar y revisar las promesas fracasadas de un tiempo dominado por la furia de los combates y lo irreversible de la muerte.
Ni pura repetición, ni presente fracturado respecto del pasado; la memoria está a la vez en el pasado y en el presente, y ese doble horizonte habilita diversas transacciones frente a las herencias recibidas: entre las formas compactas de un pasado que se impone como un velo que cubre el presente, y las expresiones, igualmente ilusorias, que buscan alinear y borrar el pasado fracturado desde la perspectiva de un presente reconciliado.
Las apuestas se desplazan al presente, pero en un tiempo en movimiento en el que los cambios en la memoria replican y revelan la radical historicidad de la democracia, un régimen falto de fundamento y a la vez condenado a construir las bases de una vida en común que reconozca las diferencias y admita la alteridad.
Una condición del derecho reside en la voluntad colectiva, en el presente, de permanecer abiertos espacios y prácticas de liberación sobre el pasado. Si se puede hablar de memoria social, el fundamento social de la memoria es lo que se construye como pasado compartido. Esto no excluye las divergencias, pero, si las disputas se ahondan y rompen ciertos marcos, las diferentes formaciones del pasado se hacen incomunicables y las memorias sociales estallan: ése es el problema mayor en la dimensión política de la memoria. Siempre hay conflictos y también hay criterios o soportes (narraciones, imágenes, símbolos) que habilitan un suelo común. La dinámica de la memoria política depende, entonces, de la estructura básica del lazo social que Freud ilustraba con la parábola de los puercoespines en una noche de frío: un movimiento de reunión/separación en busca de la distancia justa.
Nos vemos.
Fuente: Hugo Vezzetti, Después del terrorismo de Estado en Argentina.
Fotografía: Hugo Villalobos, Parque de la Memoria.
Comentarios
Ese texto ¿es parte de un libro? Ví que citaste abajo, título y autor. Está muy bueno...
Saludos